La vida de oración y la oración misma deben ser consideradas a la luz de la propia vocación. Hemos leído muchas veces la afirmación del P. Karl Rahner al decir el cristiano del mañana será un místico, alguien que haya experimentado algo, o ya no será nada. La oración es esencial a la vida cristiana y, de manera particular, a esta forma de vida cristiana que llamamos vida religiosa. Por eso es por lo que el primer contexto de la oración es la vida vocacional, entendiendo la vocación –a la vida cristiana y a la vida religiosa- como una relación en la que el Señor toma la iniciativa y nosotros respondemos, creándose así una experiencia de la gracia en la que somos transformados en criaturas nuevas por la acción del Espíritu en nosotros.
Hoy en día asistimos a una verdadera explosión en lo que se refiere a los métodos de oración. Desde la aparición del libro Muéstrame tu rostro, de Ignacio Larrañaga hasta nuestros días, no han dejado de aparecer propuestas de métodos de oración. Dos de los más populares son el de la oración centrante, del monje trapense Thomas Keating, y la práctica de la meditación, del claretiano Pablo D’ors. Menciono estos dos en particular porque ambos reclaman el origen de su identidad en las grandes escuelas del monacato primitivo, y ambos han tenido un impacto muy especial en muchas personas, llegándose a crear verdaderos movimientos cuya identidad estriba en estas prácticas de oración.
Pero los métodos de oración no son nuevos. Si nos asomamos a la historia de la espiritualidad, veremos cómo en el siglo XVI y como efecto de la devotio moderna,encontramos propuestas de métodos de oración como el de Fray Luis de Granada en suLibro de la oración y meditación, o como el de San Juan de Ávila, en su Audi filia. De mucho más alcance e impacto fue el de San Ignacio en sus Ejercicios espirituales,concretamente la contemplación para alcanzar amor. También estos modos de oración crearon escuelas, corrientes y espiritualidades con una identidad propia que gozan actualmente de vigencia en el marco de la experiencia de fe de muchas personas. Y es que esto parece ser lo propio de un método de oración: crear una escuela, una corriente, con una identidad muy propia y determinada.
¿Existe en la Orden de Predicadores un método de oración? Tendríamos que hacerle esta pregunta a Santo Domingo y a los primeros frailes de la Orden. Tanto el Maestro Jordán de Sajonia, primer biógrafo de Santo Domingo, como el resto de los autores de las leyendas primitivas y los testigos del Proceso de canonización, nos hablan del talante contemplativo de Santo Domingo, destacando su asiduidad en la celebración del Oficio Divino y en la oración privada. Las Constituciones de la Orden en 1216 no nos hablan de un método de oración en particular, exceptuando el Oficio Divino y la oración secreta, que es como se le conoce a la oración personal en nuestra Orden. Para los primeros hermanos la oración era esencialmente litúrgica, porque es la liturgia el contexto en el que contemplamos la historia de la salvación que también contemplamos en el estudio y que finalmente predicamos con y a través de la Palabra. Aunque el opúsculo sobre Los modos de orar de Santo Domingo nos señala la variedad en las formas y expresiones de la oración de Santo Domingo, quizá tampoco podríamos decir que allí tenemos una forma de orar en dominicano.
Santa Teresa de Jesús definió la oración como trato de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama. Quizá sea esta afirmación la que nos plantee seriamente la pregunta: ¿Es necesario tener un método de oración? El cuestionamiento puede ser más profundo: ¿Existe un método para llegar a entablar una relación de amistad? Si concebimos la oración como una relación viva con el Señor, posiblemente los métodos de oración sean un escollo más que una ayuda. A veces da la sensación que muchos métodos de oración son tan rigurosos que lo importante pareciera ser el cumplimiento del método y no su fin mismo, que es la relación con Dios. Pero no podemos perder de vista un dato insoslayable: la labilidad de la naturaleza humana, que la hace merecedora de una disciplina, de un método, de una forma, al menos en el inicio de una experiencia. Con el paso del tiempo, con la perseverancia y la disciplina, posiblemente el método llegue a cumplir su cometido: vivir una experiencia de oración en la que el centro sea la relación con Dios.
Los dominicos no tenemos un método de oración que nos sea propio, pero creo que el que más se aproxima a nuestra vida e identidad es el de la lectio divina. Dentro de la amplia gama de los métodos de oración contemporáneos está el de la lectio divina, aunque la expresión es tan antigua como el mismo Orígenes, que fue el que la acuñó. Sobre este tema se ha escrito mucho y muy bueno. Dentro de lo mejor que se ha escrito me atrevo a mencionar dos documentos concretos: el libro La lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina, del P. García Colombás, monje benedictino, y que recoge las charlas de unos ejercicios espirituales que dirigió una vez a las benedictinas de Salamanca. Y el otro documento es una Carta circular que Dom Bernardo Olivera, siendo Abad General de los Trapenses, dirigió a toda la Orden el 26 de enero de 1993. Ambos documentos ofrecen no sólo una visión panorámica de la lectio divina, sino que ofrecen intuiciones verdaderamente valiosas para quienes deseen iniciarse en este ejercicio.
Dentro de la popularización de la lectio divina existe, sin embargo, un problema: encerrar la lectio divina en un método que tiene su origen en la Scala claustralium, una carta que Guigo II el cartujo escribió a su hermano Gervasio. Creo que todos sabemos que los peldaños de esta escala son: lectio, metiditatio, oratio y contemplatio. Lectura, meditación, oración y contemplación. Algunos más audaces –por no decir temerarios- se han atrevido a añadir un peldaño más: la acción. El valor de este documento reside en el hecho de mostrarnos de entrada que el objeto de la lectura divina es la unión con Dios. Pero ya el mismo García Colombás advierte la artificialidad de toda escalera y, por lo tanto, de todo método. La lectura de Dios es tan personal que cada uno debe buscar su propio camino. En todo caso, es preciso decir que los peldaños de esta escalera no se recorren uno a uno, sino que puede darse la experiencia de recorrerse de manera simultánea.
Lo importante es tener claro en la práctica de la lectio divina que su fin es, en palabras de San Gregorio Magno, leer el corazón de Dios. Al ser la Sagrada Escritura un texto inspirado por Dios, la Biblia no es para el cristiano un libro más, un libro de meditación o de oración. La Biblia es un lugar de encuentro con el Señor. Esta conciencia nos permite descubrir que la lectura de la Biblia nos exige un acercamiento a los métodos exegéticos que nos descubren la verdadera realidad de lo que los autores nos quisieron transmitir. Pero que en toda lectura creyente de la Biblia es imprescindible el talante orante, es decir, una lectura orante del texto sagrado.
La identidad de la Orden de Predicadores le viene dada en su carisma: la predicación para la salvación de las almas. Esta predicación culmina en la celebración de los sacramentos de la fe (Constitución Fundamental, VI) e implica una vida que se realiza en la vivencia de una vida común, en la fidelidad a los consejos evangélicos, en la asiduidad en la celebración del misterio de la salvación en la liturgia, hasta llegar a la predicación misma. (Constitución Fundamental, IV). Desde este horizonte podemos decir que si lo que le da sentido e identidad a nuestra vida es la predicación de la Palabra de Dios, nuestra oración debe estar centrada en la Palabra de Dios que nos llega a través de la Escritura, de la Tradición y de los signos de los tiempos que exigen de nosotros respuestas claras desde la fe y desde el compromiso de vida.
Nuestra vida de oración, como hombres y mujeres de la Palabra, está llamada a centrarse en la Palabra:
- Palabra que escrutamos en el estudio.
- Palabra que acogemos en el silencio, la soledad y la oración.
- Palabra que celebramos en la liturgia.
- Palabra que proclamamos en la predicación y en el testimonio comprometido de nuestra vida de cada día.
Finalmente, una sugerencia en torno a qué texto leer. En este sentido García Colombás y Bernardo Olivera difieren. Para el primero, la lectio divina es, en sentido estricto y excluyente de la palabra, una lectura del texto de la Sagrada Escritura. Para el segundo, en cambio, la lectio divina da la amplitud de leer el texto de la Sagrada Escritura, los Santos Padres y los Padres del Císter (aquí podríamos cambiar por escritores dominicos). En mi opinión personal, me parece más adecuada la primera visión: la lectio divina es, esencialmente, una lectura de la Palabra de Dios en el texto de la Sagrada Escritura. Pero al ser la lectio divina una experiencia de relación personal con Dios, ésta debe tener la amplitud necesaria como para abarcar todo aquello que nos permita relacionarnos libre y abiertamente con el Señor. En lo que sí hay que coincidir es en una de las sentencias de Bernardo Olivera: quien dice que todo es lectio declara que la lectio es nada.
El camino puede ser:
- La lectio con los textos litúrgicos del día, esto es, las lecturas de la misa, los salmos del Oficio Divino o las lecturas del Oficio de lectura, sobre todo si son las del leccionario bienal, que no coinciden con las de los cuatro volúmenes de la liturgia de las Horas, sino con las del breviario monástico. Este leccionario se puede adquirir en varios formatos en esta página.
- La lectio con una lectura seguida de la Biblia, desde el comienzo hasta el final, o a través de los libros históricos, proféticos, sapienciales y poéticos.
- La lectio con un tema específico que se siga a través de los libros de la Biblia.
Lo importante es que cada uno tengamos conciencia de que estamos llamados a ser y somos hombres y mujeres de la Palabra que tienen en la Palabra de Dios un lugar de encuentro con el Señor.
Fr. Ángel Villasmil, OP