Muy queridos hermanos y hermanas, religiosos y laicos, de la Orden de Predicadores,
El 6 de agosto de 2021 haremos memoria de los ochocientos años del dies natalis de santo Domingo, referido por Humberto de Romans en estos términos: «"Esto es, hermanos queridísimos -dijo-, lo que os dejo en posesión como a hijos por derecho hereditario: Tened caridad, perseverad en la humildad, poseed la pobreza voluntaria". ¡Oh testamento de paz!...». Fray Domingo se durmió en la muerte dejando a sus frailes este testamento de paz, como herederos de lo que fue la pasión de su vida: vivir con Cristo y aprender de Él la vida apostólica. Configurarse con Cristo por su vida evangélica y apostólica.
Esa fue la santidad de Domingo: su ardiente deseo de que la Luz de Cristo brillara para todos los hombres, su compasión por un mundo sufriente llamado a nacer a su verdadera vida, su celo en servir a una Iglesia que ensanchara su tienda hasta alcanzar las dimensiones del mundo. «Yo conocí en él a un hombre seguidor de la norma de vida de los Apóstoles, y no hay duda de que está asociado a la gloria que tienen en el cielo», declaraba el papa Gregorio IX al conceder la traslación de sus restos.
La celebración del Jubileo de la confirmación de la Orden impulsó una dinámica de renovación del compromiso de la Orden entera en la proclamación del Evangelio. Con esta carta os invito a proseguir en esa dinámica, bebiendo en la fuente de la santidad que hizo de Domingo un predicador. Como decía magníficamente santa Catalina: «Su oficio fue el del Verbo, mi Hijo unigénito. Apareció en el mundo como un verdadero apóstol, por la fuerza de la verdad y del ímpetu con que sembraba la palabra, disipaba las tinieblas y difundía la luz».
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