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Adviento, tiempo de Esperanza

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El tiempo litúrgico de Adviento tiene para los cristianos un significado y relevancia singular. Pero, no solo para Adviento, sino para toda la vida. Ofrecemos esta sencilla meditación en tres puntos: Adviento como esperanza, esperanza como fidelidad al presente, y la conveniencia de examinar nuestra esperanza de tanto en tanto. 

EL ADVIENTO COMO ESPERANZA

            A través del año litúrgico, los cristianos celebramos los misterios de nuestra fe, de nuestra redención.  En la liturgia, re- actualizamos la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús; sobre todo, en la celebración eucarística, centro de nuestra vida cristiana. La celebración cada domingo de la Última Cena, o la Fracción del Pan, era esencial para la vida de los primeros cristianos, que – nos dicen las crónicas – “no podían vivir sin la Eucaristía”. 

            El año litúrgico comienza con Adviento y se cierra con la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Caminamos con la Iglesia por Adviento, Navidad, Epifanía, Cuaresma, Pascua, Pentecostés, tiempo ordinario, fiestas de la Santísima Trinidad, fiestas de Jesús, María, los ángeles y los santos. Los tiempos más importantes del año litúrgico son Adviento/Navidad, y Cuaresma/Pascua.

Adviento significa venida, llegada.   ¿Quién llega? Nuestro Señor Jesucristo. Vino a la tierra hace más de veinte siglos en Navidad –su nacimiento en Belén-, y continúa viniendo a nuestras vidas de diversas maneras, y volverá al fin de los tiempos. San Bernardo nos habla de tres clases de venida del Señor: “En su primera venida nuestro Señor llegó en nuestra carne y en nuestra debilidad; en su venida intermedia viene en espíritu y en poder; en la venida final, será visto en gloria y majestad”.  Es fantástico creer que Jesús estará siempre con nosotros (Mt 28, 20) – ahora y hasta el fin de los tiempos 

            Adviento significa también esperanza. Es tiempo de esperanza, y esperamos ardientemente la venida de Jesús para Navidad. En un sentido verdadero, el tiempo  de esperanza -de Adviento- abarca toda la vida: la vida es un viaje, y la persona humana es un peregrino con mil esperanzas humanas –más una teologal- siempre en camino  a diferentes destinos que nos llevan al último destino. Ante todo, consciente o inconscientemente, todo ser humano espera un buen final del viaje: la felicidad, el cielo, Dios. Verdaderamente, como nos dice San Agustín, “Señor, nos has hecho para ti y nuestros corazones andan sin descanso hasta que descansen en ti”.  

            La esperanza es una virtud teologalque nos inclina a esperar una felicidad relativa en esta vida, y una felicidad perfecta en la otra. Con la gracia y el amor de Dios –y nuestra cooperación asistida- esperamos al Señor, el cielo como el objeto de nuestra felicidad. La esperanza cristiana es fiel y amorosa, esto es, se funda en la fe en Dios y se practica en el amor o la caridad, que es la forma y el motor de todas las virtudes. Una esperanza fiel y amorosa en el cielo no elimina nuestras esperanzas humanas sino que las nutre con el amor y las transforma en verdaderas esperanzas bajo la esperanza teologal. Esperanzas humanasque nos atan indebidamente a una persona, a una posición, a una posesión, o a un lugar no pueden ser esperanzas humanas auténticas, porque no las purifica y eleva una esperanza fiel y amorosa en Dios, es decir, la esperanza teologal. 

LA ESPERANZA COMO FIDELIDAD AL PRESENTE

            La esperanza cristiana no es una especie de “pastel en el cielo”, sino que es un compromiso para cambiar nuestro presente personal y social. Enraizada en el pasado –en nuestra fe amorosa en Cristo crucificado y resucitado-, y mirando al futuro con ojos de fe, la esperanza cristiana se concentra en el presente, en el “ahora”: Dios, el objeto de nuestra esperanza es “el eterno ahora”. Lo único que está en nuestras manos no es el pasado o el futuro sino el presente. De aquí que para ser realmente cristianos con esperanza –o creyentes esperanzados- debemos ser fieles al momento presente: “Yo sencillamente me concentro en el momento presente… Veamos cada instante como si no hubiera otro. Un instante es un tesoro” (Santa Teresa del Niño Jesús). Un dicho del Zen budista: “El pasado no es real. El futuro tampoco es real. Solamente el momento es real. La vida es una serie de momentos vividos o perdidos”.  ¡Qué invitación tan esperanzada! La vida es, esperanzadamente, una serie de momentos vividos.

            ¿Qué significa vivir el presente, este momento? Quiere decir lo siguiente: hacer lo que debemos hacer en cada momento con amor. Poner amor en nuestras tareas diarias significa hacer el bien en todo momento y dar testimonio de ello a quienes nos rodean. En verdad, “solo el amor que acumulemos a través de nuestras vidas sobrevivirá, y será lo único que nos acompañe a la otra orilla” (S. Galilea). Pregunta un periodista a la Madre Teresa de Calcuta: ¿Cuáles son sus planes para el futuro? Ella contesta: Yo solamente me preocupo de un día cada vez. Ayer ya pasó. Mañana no ha llegado todavía. Solamente tenemos hoy para amar a Jesús”.  

         Fidelidad al “ahora” implica decir sí al amor y, por tanto, no al pecado, que es traición del amor. Me gusta repetir con frecuencia la oración sencilla del Peregrino Ruso: “Señor Jesucristo, ten misericordia de mí, pecador”. 

EXAMINANDO NUESTRA ESPERANZA

¿Qué tal ando de esperanza? ¿Y tú, qué tal? Tengo el hábito de chequear mi esperanza de vez en cuando: cuando era joven, lo hacía al iniciar mis vacaciones de verano; ahora que soy mayor, suelo hacerlo en Adviento y durante el Retiro anual. Me cuestiono mis esperanzas humanas y, sobre todo, la esperanza cristiana. En este ejercicio de meditación, me ayudan libros de ayer y hoy que me encantan, y me ayudan a purificar y nutrir mis esperanzas en plural y en singular. Menciono a continuación algunos de estos libros.

Para mí – y para todos los que creen en el Libro-, la Sagrada Escriturasigue siendo la mejor palabra sobre la esperanza. Uno de mis textos favoritos es del profeta Isaías: “Pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse” (Is 40:31). Los Evangelios,en particular, continúan regando nuestra esperanza en medio de tanto mal en el mundo y de nuestra fragilidad personal y la presencia inevitable del sufrimiento. Nos ofrecen un retrato de Jesús como esperanza, y de su resurrección como la base de la esperanza en nuestra resurrección. ¿Puede haber palabras más inspiradoras que éstas? Vivimos en Cristo; moriremos en Cristo, y esperamos vivir siempre en Cristo (cf. I Cor15. 20-22).

María la Madre de Dios y nuestra Madre–en compañía de ángeles y santos- es nuestra mejor compañera de viaje, después de la Santísima Trinidad.  Como discípulo de discípulos  e intercesora delante de Dios, Nuestra Señora fortalece nuestra esperanza cristiana: Fiat. Que así sea.Como todos los santos, San Agustínfue un cristiano con gran esperanza, y escribe con fuerza y elegancia sobre la vida como peregrinación. Sus incomparables Confesionesdicen a todo el mundo que nadie puede decir “no puedo”. “Sí puedes, porque yo pude”. Sus conocidas y siempre significativas palabras: La felicidad no consiste en tener más, sino en necesitar menos.Como peregrinos que somos, tratamos de viajar ¡ligeros de equipaje!  

Domingo, hombre apostólico y evangélico, creía fuertemente en la esperanza, porque creía en el amor y la misericordia de Dios: Santo Domingo de Guzmán, que nunca pide que le den, y solo habla sobre el Señor(“Never asking for reward, he just talks about the Lord”). San Francisco de Asís, cuya vida siempre fascinante es tan fácil de leer, caminó por la vida dando gracias con una esperanza fiel y amorosa. De Santo Tomas de Aquino, teólogo y místico, apóstol de la verdad (San Juan pablo II), uno siempre aprende algo nuevo: “Toda verdad, venga de quien venga, viene del Espíritu Santo”.  Me gusta alimentar mis raíces –y mi esperanza- leyendo las obras sublimes de los místicos de Ávila. Santa Teresa, la Santa, sigue siendo también hoy una de las mejores maestras de la oración, una oración que cree, espera y ama. Ella nos aconseja: “Nunca dejes la oración. Siempre hay remedio para aquellos que rezan”; “Nada te turbe, nada te espante…Todo se pasa… Solo Dios basta”. San Juan de la Cruzes un gran guía a través de las noches y oscuridades de la vida: ¡Oh noche que guiaste/ ¡Oh noche amable más que el alborada! / ¡Oh noche que juntaste Amado con amada, / amada en el Amado transformada!

Otros libros de mi juventud y de hoy siguen animándome como peregrino hacia los muchos destinos de esta vida – hacia la beatitud. ¿A quién no le fascina El Principitode A. Saint-Exupery? Cada vez que leo el diálogo entre el Principito y el zorro me conmuevo – y refresco mi amor esperanzado. El Principito le dice al zorro que no hay cazadores en su pequeño planeta. Desafortunadamente para el zorro, tampoco hay pollos. Comenta el zorro: “Nada es perfecto”. A continuación, el zorro da al Principito su secreto para la vida: “Uno puede ver bien solamente con el corazón; lo que es esencial es invisible a los ojos”. El amor esperanzado “ve” a Jesús en los otros, singularmente en los pobres.

Otro librito ayuda a mi esperanza a volar mejor: Juan Salvador Gaviotade Richard Bach. Juan Salvador es el símbolo alado de la esperanza. Para esta gaviota excepcional,  lo que realmente merece la pena en la vida no es comer, sino volar. Le encanta intentar volar siempre más alto, con un vuelo más perfecto: lo importante – decía- es tratar de superar nuestras limitaciones ordenada y pacientemente. Una vez, un numeroso grupo de gaviotas interesado solo en comer, trata de matar a Juan Salvador. Éste no se lo tomó en cuenta, y desde entonces se dedica a ayudar a recobrar la esperanza a estas gaviotas sin esperanza. Las palabras más significativas de la Gaviota se las dice a una joven compañera: “Tienes que practicar y ver a la gaviota verdadera, el bien en cada una, y ayudarlas a que lo vean in sí mismas”. Esto es amor real, o mejor, esperanza cuajada de amor. 

¿DÓNDE ESTÁ TU CORAZÓN?

A veces me siento como caminando en el desierto, solo frente a la aridez y la soledad de la vida. En los días nublados y las noches sin estrellas, me esfuerzo por comprender –cuando mi esperanza cojea- que mi esperanza  es una esperanza en camino, en el camino de Cristo, que también abarca el camino de la cruz. Pido al buen Dios con otros y por otros que nos ayude a mantener nuestra esperanza en días plomizos, sobre todo cuando sea, como la de Abrahán, una esperanza contra toda esperanza (cf. Rom 4:18).   

Mirando las caras del mal en nuestro mundo, a uno le tienta la desesperanza ¡Tanta violencia, injusticia, corrupción, muerte de niños inocentes – nacidos y no nacidos-, terribles sufrimientos de seres queridos, de pobres y abandonados...!  Y uno se pregunta: ¿Dónde está Dios? ¿Por qué guarda silencio? No sé contestar debidamente, pero sí sé –y creo firmemente- que Dios se preocupa de nosotros infinitamente, porque nos ama y porque su Hijo Jesús murió por nosotros, y porque nos brinda la ayuda de Nuestra Señora María, los ángeles y santos. Sé además que caminamos esperanzadamente hacia el futuro con pasos de amor: a un mañana mejor, hacia más felicidad, al cielo, a Dios. J. L. Martin Descalzo que escribió un precioso libro titulado Razones para la esperanzadice que vamos hacia el abrazo con Cristo. Por tanto, añade, apresurémonos a amar más y mejor. Ésta es la mejor manera de prepararse para la llegada de Jesús en Navidad – y siempre.

Quizás hayamos oído esta historia muchas veces. Pero, merece la pena traerla aquí. Un buen viejo caminaba hacia las montañas del Himalaya. Era en invierno, un frio y lluvioso día de invierno.  El amable viejo se refugió por un tiempo en una posada que había en el camino tortuoso. El propietario de la posada le dijo: “Buen hombre, ¿cómo crees que puedes llegar hasta la cima con esta clase de tiempo? El viejo le contestó: “Mi corazón ya está allí, por tanto es fácil -para que lo que queda de mí- llegar hasta la cima”. 

¿Dónde está tu corazón? ¿Y el mío? Con nuestra vista fijada en Dios que habita en nuestros corazones, y está a nuestro alrededor y en frente de nosotros, caminamos hoy hacia mañana: Ningún ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana concibió, lo que Dios tiene preparado para quienes le aman(1 Cor 2, 9).

(F. Gómez Berlana OP)