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Misión Y Misioneros Hoy

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El mes de octubre de cada año es para los cristianos el Mes Extraordinario de la Misión, y el tercer domingo de este mes, el Domingo de la Misión, el Día Mundial de la Misión. Durante el mes de Octubre en particular se nos invita a los seguidores de Jesús a ayudar espiritual and materialmente, o sea, con nuestra oración y posibles donaciones a nuestros misioneros en las periferias del mundo

A continuación, deseo ofrecer a nuestros queridos lectores unos apuntes sobre la misión y los misioneros hoy. Son sencillamente unos apuntes en camino que comentan la rica enseñanza de la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II.

LA MISIÓN HOY

Durante uno tres años, Jesús preparó a sus apóstoles para la misión y les envió a predicar: Como el Padre me envió así os envió yo a vosotros (Jn 20,21). Después de su resurrección y antes de su ascensión, el Señor Resucitado les encargó la gran misión: Id y haced discípulos de todos los pueblos (Mt 28.19); Predicad el Evangelio a toda la creación (Mc 16,15). El buen Dios quiere que todos se salven, y Jesucristo murió por toda la humanidad.

La vida cristiana es una vida en misión. La Iglesia es misionera por su misma naturaleza (cf. Vaticano II, Ad Gentes, AG 2): La gracia y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda es evangelizar” (Juan Pablo II, Redemptoris Missio, RM 14).  Su misión es la evangelización, que incluye la predicación de la palabra, la comunicación de vida divina a través de los Sacramentos, la oración y el testimonio de la caridad. Es, por tanto, la proclamación del Evangelio, la salvación integra, es decir, “la liberación de todo aquello que oprime al hombre, y que es sobre todo liberación del pecado y del Maligno” (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, EN 9). En este contexto, el Papa Francisco acentúa la fuerza evangelizadora de la piedad popular (cf. Evangelii Gaudium, EG 122-126). También es parte de la misión evangelizadora de la Iglesia -como nos lo recuerda repetidamente nuestro querido Papa Argentino -  una ecología integral (cf. Laudato Si’).

            Debemos añadir siempre que el foco central  de la evangelización  es Jesucristo “que fue crucificado, muerto y resucitado” -y vive (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, CCC, nos. 426-429).

MISIÓN Y MISIONEROS AD GENTES

Antes del Vaticano II, la misión se entendía sobre todo como evangelización  a quienes no son cristianos y a los no-creyentes. Los misioneros eran enviados a proclamar a Jesús donde era desconocido o insuficientemente conocido, y donde la Iglesia no estaba todavía suficientemente implantada. Era, consiguientemente y ante todo, missio ad gentes.

            Después del Vaticano II, missio ad gentes es también, y más explícitamente,  missio inter gentes, que acentúa  no solamente la proclamación, sino también el diálogo plural, el compromiso por la justicia y la paz, y solidaridad con los pobres e indefensos (cf. RM 33; EG 15). La misión ad gentes se centra, por tanto, en la predicación de Cristo y de su Evangelio, la implantación y el fortalecimiento de la Iglesia local, y la promoción de los valores del Reino (cf. AG 23, 27; RM 34).

            Es importante señalar que la missio ad gentes sigue siendo hoy una forma necesaria de evangelización. Juan Pablo  II escribe: “Decir que toda la Iglesia es misionera no excluye la existencia de una misión específica ad gentes, así como decir que todos los católicos deben ser misioneros no solamente no excluye sino que actualmente requiere que haya personas que tienen una vocación específica de ser de por vida misioneros ad gentes” (RM 32). De aquí que la vocación especial de los misioneros de por vida tiene hoy toda su validez. Es en realidad “el modelo del compromiso misionero de la Iglesia” (Ibíd. 66).

           

El Papa Francisco recalca la necesidad especial de la misión ad gentes hoy. Sus palabras: “También hoy la Iglesia necesita hombres y mujeres que por la fuerza del bautismo responden generosamente a la llamada de dejar todo –casa, familia, país, lengua e Iglesia local-, y ser enviados a las naciones, a un mundo no trasformado aún por los Sacramentos de Jesucristo y su santa iglesia” (Mensaje, Día Mundial de la Misión, 2019).

En el contexto asiático, el Papa Juan Pablo II subraya la promoción del dialogo y de valores culturales estimados por los pueblos de Asia como son “el respeto por la vida, compasión por todos los seres, cercanía a la naturaleza, piedad filial hacia los padres, las personas mayores y los antepasados, y un alto sentido de comunidad” (Ecclesia in Asia 6).

Como todos los demás misioneros, los misioneros ad gentes ofrecen a todos Jesús y la libertad que Él da. Ellos son los misioneros en las fronteras, en las periferias; misioneros que respetan a los pueblos y la fidelidad  de estos “a su tierra nativa y cultura nacional” (RM 43; cf. GS 53). Ciertamente, la fe cristiana tiene diferentes formas culturales de expresarse, y así se enriquece (Juan Pablo II, Novo Millenio Ineunte, 40; Ecclesia in Asia 21).

VIDA Y ESPIRITUALIDAD DEL MISIONERO

Todos los bautizados en la Santa Trinidad, es decir, los discípulos de Jesús –sacerdotes, religiosos y fieles laicos- son misioneros, agentes de la evangelización: “Yo soy misión, tu eres misión… Esta misión es parte de nuestra identidad como cristianos” (Papa Francisco, Mensaje Día Mundial de la Misión, 2019; cf. EG 120). Todos los discípulos de Jesús forman el Cuerpo Místico de Cristo y sirven a la Iglesia. Ellos y ellas unidos y guiados por sus pastores colaboran mutuamente y como comunidad de discípulos según la vocación específica de cada uno.

El discipulado cristiano es una llamada permanente a la misión y a la santidad (cf. RM 90). La vida cristiana es una marcha misionera singular de discipulado, “un proceso de configuración gradual en Cristo (cf. RFIS 87) para llegar a ser individualmente “otro Cristo” hoy (cf. RM 90). “Tenemos que formar  a Jesús en nosotros y así poder ser sus misioneros y predicadores (San Gregorio de Nisa).   

La espiritualidad cristiana es una espiritualidad de misión, es decir, una espiritualidad para “vivir el misterio de Cristo como enviado” (RM 88). Como Jesús fue enviado por el Padre con el Espíritu a predicar la Buena Nueva, así también los discípulos son enviados por Jesús al mundo. Todos los discípulos: los misionaros ad intra(ministros pastorales y re-evangelizadores) y misioneros ad extra (misioneros ad gentes). Ambas clases de misioneros están profundamente conectadas y unidas y son mutuamente interdependientes.

            Los misioneros ad gentes son enviados “a aquellos que están lejos de Cristo”.  Esta vocación misionera específica implica un gran compromiso por la evangelización, que conlleva una dedicación total  de la persona y la vida del misionero, que exige una entrega sin imites ni tiempo. El misionero nunca es –no debe ser- un entrometido, sino más bien un hermano o hermana universal, hombre o mujer de la caridad, persona de las Bienaventuranzas, santo y contemplativo en acción (cf. RM 65, 89-91; Eclessia in Asia 23). El Señor ha dado a misionero y misioneras una vocación única que implica un compromiso radical por la misión y por la gente. Por ello, los misioneros/as deben meditar continuamente sobre la respuesta requerida por el don que han recibido, y esto implica una formación doctrinal y apostólica  dinámica, permanente, que sabe leer  e interpretar los signos de nuestro tiempo. Todos los misioneros, y de modo especial los misioneros ad gentes, necesitan una conversión ascendente, y cada vez más profunda, a la misión para que nunca les roben “el entusiasmo misionero” (EG 90).

MISIÓN PRIMARIA: EL TESTIMONIO

La predicación oral y el testimonio vital no deben separarse nunca. Jesús no  nos salvó por su predicación de la Buena Nueva sino por su pasión, muerte y resurrección: a través de las obras salvadoras, que son expresión suprema  de su amor incondicional a la humanidad. Jesús es el testigo de Dios par excellence y el modelo a seguir para todos los cristianos. Él sigue urgiéndonos hoy: “Seréis mis testigos… hasta el confín del mundo” (Actas, 1:8; cf. Ibíd. 22,21; Mt 28,18-19).

Sin duda alguna, “evangelizar es en primer lugar dar testimonio” (EN 26): “el testimonio de la vida cristiana es la primera e irreemplazable forma de misión” (RM 42); “vivir el Evangelio es la contribución más importante que podemos hacer” (Papa Francisco, Mayo 10, 2013). Ciertamente, “el hombre de nuestro tiempo escucha más fácilmente a testigos que a profesores, y si escucha a profesores es porque son testigos” (EN 41). El misionero que da testimonio lleva dentro del alma una pasión por la evangelización, esto es, pasión por Jesús y pasión por su gente –por todos (cf. EG 268).  

En algunos lugares del mundo los critícanos no pueden proclamar el Evangelio de palabra hoy. Su predicación es un testimonio callado: la atractiva voz del silencio sonoro de la caridad, el servicio y la oración. Citamos una palabras luminosas del Papa Benedicto XVI: “Un cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar y cuándo es tiempo de no decir palabra y dejar que hable solamente el amor” (Deus Carita Est 31).

Además, a los discípulos de Jesús, esto es, a los misioneros, la Iglesia les pide como Jesús que acepten con fortaleza los sufrimientos y las persecuciones que ordinariamente acompañan a su misión evangelizadora. En su Mensaje para el Día Mundial de la Misión de este año (2020) el Papa Francisco les pide a todos los misioneros, o sea, a todos los critícanos que el amor esté siempre en misión, un amor vivo que carga con la cruz paciente y gozosamente.

A los misioneros, colaboradores del buen Dios y siervos de Jesús, su vocación les pide de modo especial hoy que sean testigos y ministros de la esperanza. El Vaticano II nos ha regalado un gran texto para meditar: “El futuro de la humanidad está en las manos de aquellas personas que son suficientemente fuertes para proporcionar a las nuevas generaciones razones para vivir y esperar” (GS 31; cf. EN 28).

Y para terminar, subrayamos algo que todos sabemos: nuestra necesidad constante de la oración. La oración siempre nos ayuda y fortalece. Es como el pulmón, “la respiración profunda” de la vida y de la evangelización. Por tanto, no debemos tener miedo. Jesús nos acompaña siempre. Contamos con su palabra: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28:20).

Que María, la Madre de Jesús y nuestra, la primera misionera y la más comprometida con la misión del su Hijo, nuestro Señor y Salvador Jesús, nos acompañe.

Por Fr. Fausto Gómez, OP.