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No A La Eutanasia Y Al Suicidio Asistido, Sí A Los Cuidados Paliativos

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Eutanasia (terminar con la vida antes de su fin natural)  está siguiendo los pasos letales del aborto (terminar la vida en su inicio) en muchas partes del mundo occidental y de países más desarrollados.

Para enfrentarse a este reto desde una perspectiva ética, teológica y espiritual, la Congregación Vaticana para la Doctrina de la Fe (CDF) ha publicado una larga y densa carta fechada el 14 de julio del 2020 titulada Samaritanus Bonus, el Buen Samaritano. El subtítulo de la carta concretiza su contenido: Sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida.  El texto de esta carta, aprobado por el Papa Francisco, consta de 32 páginas, 8 de ellas para las 99 notas de final de texto que nos indican las fuentes específicas del Magisterio (cf. www.vatican.va). El modelo a seguir en los cuidados de los enfermos en estado crítico y terminal es el Buen Samaritano: su actitud y conducta compasiva con el señor herido y abandonado en el camino (cf. Lc 10:30-37). No olvidemos que la Iglesia es Maestra y también Madre.

El objetivo general de la carta es tratar de “iluminar a los pastores y a los fieles en sus preocupaciones y en sus dudas acerca de la atención médica, espiritual y pastoral debida a los enfermos en las fases críticas y terminales de la vida”. El objetivo concreto y medular del documento es “reafirmar el mensaje del Evangelio y sus expresiones como fundamentos doctrinales propuestos por el Magisterio” y “proporcionar pautas pastorales precisas y concretas” (SB, Introducción). 

El foco de los cuidados  a los enfermos en la etapa final de la vida es el sufrimiento. Este sufrimiento  –la cruz–, que tarde o temprano nos llega a todos, puede ser físico psicológico, moral y espiritual. Ante el sufrimiento, los cristianos miran a Jesús crucificado que les invita y ayuda a aceptar el sufrimiento y los dolores de la vida con paciencia, fortaleza y esperanza. Todos estamos llamados a ayudar a nuestros hermanos y hermanas que sufren, sobre todo a quienes se encuentren en las últimas etapas de la vida.

Las cuatro primeras partes (I-IV) de Samaritanus Bonus nos ofrecen las columnas principales de una ética humanista, filosófica y teológica del cuidado integral debido a nuestros pacientes terminales. Puntos de referencia: la experiencia humana del sufrimiento; la experiencia de Cristo crucificado y el sentido del dolor; la proclamación de la esperanza humana y teológica; la dignidad de la vida humana, que es sagrada e inviolable, y el derecho fundamental a la vida desde su inicio hasta su fin natural, que no debe cortarse antes de tiempo como defiende una ética utilitarista que promueve una idea absolutista de la autonomía, y conceptos falsos como “el derecho a morir”, “la calidad de vida”, y “la compasión”.

LA ENSEÑANZA DE LA IGLESIA

En la quinta y última parte (V) –la más importante y extensa-, Samaritanus Bonus presenta, explica y desarrolla armónicamente la enseñanza tradicional de la Iglesia. El documento de la CDF va más allá de una mera repetición de los correspondientes textos magisteriales anteriores y trata de excluir toda posible ambigüedad en ellos. La carta SB  se centra en la eutanasia y el suicidio asistido, en el tratamiento médico agresivo y en los cuidados paliativos.

La eutanasia es definida tradicionalmente como “una acción o una omisión que por su naturaleza, o en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor”. El documento proclama que “la Iglesia  considera que debe reafirmar como enseñanza definitiva que la eutanasia es un crimen contra la vida humana porque, con tal acto, el hombre elige causar directamente la muerte de un ser humano inocente”. La eutanasia es un acto intrínsecamente malo, en toda ocasión y circunstancia  y su práctica conlleva objetivamente la malicia propia del suicidio o del homicidio (cf. SB, V, 1). Esta enseñanza está basada en los principios básicos de la ley natural y de la ley divina.  

El suicidio asistido, que implica ayudar directamente a quienes quieren suicidarse, es también gravemente inmoral cuando se trata de una cooperación formal –de aquellos que favorecen la eutanasia y ayudan directamente a quienes quieren suicidarse-, o de una cooperación material inmediata –de aquellos que dicen que la eutanasia es gravemente inmoral, pero, contradiciendo sus palabras, asisten directamente – con ayuda necesaria - a quienes piden el suicidio.  Líderes políticos, legisladores, médicos y enfermeras, donantes altruistas, y otras personas que recomiendan y aprueban legalmente leyes injustas que favorecen la eutanasia y el suicidio asistido  son responsables – cómplices- de una cooperación injustificada en el mal, de una cooperación objetivamente inmoral: se trata de “una violación de la ley divina, una ofensa a la dignidad de la persona humana, un crimen contra la vida, un atentado contra la humanidad” y un escándalo deformante de conciencias (SB, V, 1).

Esta enseñanza parece demasiado negativa, pero en realidad no lo es, ya que se trata de defender algo tan esencialmente positivo como es  el derecho primario de todas las personas a la vida. No puede haber underecho al suicidio ni a la eutanasia: “El derecho existe para tutelar la vida y la coexistencia entre los hombres, no para causar la muerte”. Consiguientemente, “nunca le es lícito a nadie colaborar con semejantes acciones inmorales o dar a entender que se pueda ser cómplice con palabras, obras u omisiones” (cf. SB, V, 9).  

Una conciencia recta se opone a leyes injustas y obliga a desobedecerlas. Por lo tanto, si  a alguien le piden que colabore en la práctica  de la eutanasia  y el suicidio asistido debe invocar su derecho a la objeción de conciencia. Este derecho es una expresión de la libertad de conciencia y/o libertad religiosa. Y es un derecho básico universal. Afirma la carta vaticana: “Es necesario que los Estados reconozcan la objeción de conciencia en ámbito médico y sanitario, en el respeto a los principios de la ley moral natural, y especialmente donde el servicio a la vida interpela cotidianamente la conciencia humana” (SB, V, 9).

CUIDADOS PALIATIVOS

Debido a los adelantos de la ciencia, de la biomedicina, la vida humana puede ser prolongada artificialmente y cuando  ya no ofrece beneficio verdadero al paciente terminal. Desde una dimensión ética y teológica, esta prolongación indebida no sería en realidad de la vida humana sino más bien de  una vida que se está acabando. ¿Qué razón puede haber para usar medios ineficaces e inútiles  de tratamiento médico -lo que se llama tratamiento agresivo–, cuando hay escasez de medios para otros muchos pacientes que los necesitan de verdad? El tratamiento agresivo –el uso de medios extraordinarios de tratamientos- es considerado generalmente como opcional, aunque desde una dimensión humana y cristiana sería generalmente mejor –y más justo- que no se usaran medios de tratamiento que en realidad no benefician al paciente que va a morir. La decisión para usar o no usar estos medios extraordinarios ineficaces la tiene el paciente y/o su familia, que deberán dar o negar su consentimiento (informado o sustituto, respectivamente). Es bueno recordar que desde que un paciente se relaciona con su médico, entra en una “alianza terapéutica” que se prolongará hasta el final de la enfermedad o de la vida.  

Cuidar de los pacientes es el objetivo permanente de la medicina. Un cuidado médico integral incluye curar cuando sea posible y ofrecer cuidados paliativos a enfermos terminales. Los diversos cuidados paliativos  acompañan al paciente y a su familia en todas sus dimensiones, y así ayudan al enfermo a morir, cuando la muerte es inminente, a su tiempo: ni antes (como hace la eutanasia y el suicidio asistido) ni después (como lleva a cabo el tratamiento agresivo inútil)). Todas las personas tienen derecho a la vida, y también derecho a morir una muerte con verdadera dignidad, esto es una muerte serena y pacífica.   

Los cuidados paliativos verdaderos e íntegros son una expresión de compasión auténtica y de solidaridad empática.  Tratan de resolver tres problemas conectados: el dolor, la posible sensación de soledad y abandono del paciente terminal, y las necesidades espirituales de los enfermos terminales. Los proveedores de la salud –médicos y enfermeras- tratan sobre todo de quitar o paliar el dolor; la familia y otras personas significativas ofrecen acompañamiento; y agentes pastorales cuidan de la vida espiritual de los enfermos en su etapa terminal. Los agentes pastorales, en particular, ofrecen a pacientes y familias empatía, compasión y consolación, oración y los Sacramentos (cf. SB, V, 10). Samaritanus Bonus nos recuerda un punto críticamente significativo en nuestro tiempo del terrible coronavirus Covid-19: “Toda persona tiene el derecho natural de ser atendido en esta hora suprema según las expresiones de la religión que profesa” (SB, V, 10).

Los cuidados paliativos “deben difundirse en el mundo” (SB, V, 12).  Hoy día todavía, y frecuentemente, no se  da a los cuidados paliativos la importancia esencial que tienen, prefiriendo algunos en su lugar la ruta fácil de legalizar  el recurso criminal a la eutanasia y al suicidio asistido. Los cuidados paliativos sí que benefician  al paciente terminal. A este respecto se debe concretar que la nutrición y la hidratación –que  no son propiamente cuidados médicos sino necesidades humanas, medios ordinarios de tratamiento- son parte significativa de los cuidados paliativos, incluso para los pacientes en estado vegetativo. “La obligatoriedad de este cuidado del enfermo a través de una apropiada hidratación y nutrición puede exigir en algunos casos el uso de una vía de administración artificial, con la condición de que esta no resulte dañina para el enfermo o provoque sufrimientos inaceptables para el paciente” (SB, V, 3).

 Los cuidados paliativos llevados a cabo por el personal de la salud, la familia y los agentes pastorales tratan de hacer el dolor y sufrimiento de los enfermos terminales más llevaderos e incluso significativos. Los médicos pueden prescribir analgésicos y drogas, incluso las que llevan a una “profunda sedación paliativa”,  que puede ocasionar la pérdida de conciencia y el adelantamiento de la muerte del paciente (cf. SB, V, 7). Esos analgésicos y drogas se les prescriben a los pacientes terminales que los necesitan y para paliar sus fuertes dolores, pero nunca con la intención de causar la muerte. Si se les prescribiera intentando la muerte se trataría de una práctica eutanásica y por tanto inaceptable (cf. SB, V, 7).  

EL TESTIMONIO HACE CAMINO

El Magisterio de la Iglesia, fiel a la Palabra de Dios y a la Tradición Cristiana e intentando hacer el mansaje relevante, es claro y constantemente repetido, explicado y desarrollado. El problema sobre el mensaje humano y revelado es si es filtrado debidamente – por programas de una educación apropiada- a los profesionales de la salud, a instituciones católicas, y a otras personas comprometidas de diversa manera con los problemas relacionados con el fin inminente de la vida humana terrena. Mencionamos concretamente: colegios de medicina y enfermería, hospitales católicos, facultades eclesiásticas y escuelas católicas, y familias católicas.

 Todos conocemos bien el principio básico y esencial sobre la vida: La vida humana debe defenderse desde el momento de la concepción hasta la muerte natural. ¿Cómo es posible que muchos cristianos –legisladores, políticos, profesores, familias- no se opongan a la cultura de la muerte y luchen pacíficamente a favor de la vida? Algo falla en la vivencia de nuestra fe. Obviamente, la enseñanza sobre el respeto a toda vida humana debe llevar a un compromiso de fe en favor de la cultura de la vida y en contra de la cultura de la muerte. Con relación a la vida y la muerte, ninguna persona de buena voluntad, ningún creyente en Jesús, que es el Buen Samaritano y el Señor Crucificado y Resucitado, puede simplemente ser un espectador sentado a la orilla del camino de la vida: “El hombre debe sentirse llamado personalmente a testimoniar el amor en el sufrimiento” (SB, Conclusión). Nuestro testimonio personal y comunitario hace camino: camino de vida, paz y amor, camino de esperanza. En nuestro mundo, que tiene sed de esperanza, las personas de buena voluntad y los discípulo de Jesús están llamados  a dar razón de su esperanza en la vida eterna (cf. 1 Pe 3:15):   “La miseria más grande es la falta de esperanza ante la muerte” (SB, Conclusión).

Pedimos al buen Dios, Señor de la vida y de la muerte, que nos ayude a ser buenos samaritanos para los que sufren. Recordamos las palabras de Jesús: “Estuve enfermo y me visitasteis”.  ¿Cuándo, Señor?  “Todas las veces que habéis hecho esto a un hermano vuestro que sufre, lo habéis hecho conmigo (cfr. Mt 25, 31-46).

Que esta nota sobre la carta Samarianus Bonus os invite a leerla. ¡Merece la pena!

 

Fr. Fausto Gómez, OP.