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Jesús nace pobre

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Los magos de oriente preguntaron en Jerusalén: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? (Mt 2, 2)¿Dónde?  Está en Belén: en un pesebre. ¿Cómo pudo ser así? Porque no habían encontrado sitio para ellos  -para el niño Jesús, María Y José- en la posada. (cf. Lk 2, 7). El misterio de la Navidad, de la fe realmente, es la encarnación del Hijo de Dios, que significa el amor incondicional del Dios Uno y Trino por todos los hombres y mujeres, y nuestra respuesta amorosa: Nosotros amamos porque él nos amó antes (1 Jn 4, 19). La vida es amor, esto es, el amor de Jesús en nosotros, y por nosotros, un amor que se manifiesta también la paz, la alegría, la misericordia –y la pobreza

UN ESTILO SENCILLO DE VIDA

Un problema persistente de nuestro mudo es la pobreza, que crece hoy en día debido además al efecto económico altamente negativo de la terrible pandemia del nuevo coronavirus. La solución al problema grave de la pobreza no se halla –como algunos pretenden- en la disminución de la población -, sino en una distribución justa de los recursos y riqueza, en cortar el despilfarro pernicioso, el gasto inútil y un consumismo desenfrenado. ¡La pobreza involuntaria es un mal que clama al cielo! Ciertamente, la corrupción económica y política, los gastos excesivos, y el despilfarro desalmado son pecados terribles (cf. CCC 2409).

Un consumismo rampante invita a tener más  y no a ser más, y alimenta el deseo de cosas materiales mientras entumece los valores más altos de amar y compartir. Se centra en uno  mismo haciéndole egoísta y a largo plazo infeliz. La felicidad cosiste no en tener más sino en necesitar menos (San Agustín). Contra la cultura del consumismo, el Papa Francisco con muchos otros nos propone una cultura de la sencillez y la solidaridad. La sencillez y la solidaridad nos ayudan a decir  no a un consumismo extremado, compulsivo y obsesivo (cf. Laudato Si’).

Cristo vino al mundo y vivió una vida ordinaria, sencilla mezclándose con todos -pobres y ricos-,  invitándoles a vivir una vida sobria y abierta a los demás. A todos ofrecía salvación, y participación en su Reino de gracia, justicia y amor. Él vivió pobre desde su nacimiento en un pesebre hasta su muerte en  la cruz.

A través de los siglos, Jesús invita a sus discípulos y seguidores a vivir una vida sencilla, frugal, y a compartir algo con los necesitados. En este contexto, Santo Tomas de Aquino dice –siguiendo la enseñanza de la Biblia y los Padres de la Iglesia- que lo superfluo en nuestra vida, o sea lo que no necesitamos, pertenece por derecho a los pobres. El bue Dios creo el mundo y todo para todos. Por lo tanto, cada uno de nosotros tiene derecho a sentarse en la mesa y –como nos dice el Papa San Pablo VI- y tomar su ración de la tarta común. En el Padre Nuestro, nosotros los cristianos pedimos a Dios, danos hoy nuestro pan de cada día (Mt 6, 11), esto es, danos lo que necesitamos diariamente y compartamos con otros para que tengan lo que necesitan para vivir una vida digna.  .

UN TEXTO IMPACTANTE

El primero de enero del año en curso, leí un artículo que me impactó bastante. Su título: El sitio de la pobreza, escrito por Juan Manuel de Prada, católico comprometido, brillante escritor y novelista. Después de leerlo me prometí a mí mismo que lo compartiría con mis posibles lectores antes o después de la Navidad del 2020. Seguidamente presento los puntos más destacados de esta columna periodística.

            Narra San Lucas en su evangelio que Jesús el Hijo de Dios nació en un pesebre. ¡Asombroso! El Niño nace en pobreza absoluta. Podría haber escogido otro lugar para nacer, pero no: Él escogió nacer en un pesebre. De Prada escribe: Pero eligió nacer en un pesebre, eligió la pobreza; y exigió a sus adoradores, para poder acercarse íntimamente a Él, acercarse a la pobreza y quedarse en ella. Y comenta: “Pero el misterio que estos días celebramos no nos invita a erradicar la pobreza sino a hacerle sitio en nuestra vida”.

¿Cómo hacer sitio a la pobreza en nuestra vida? En primer lugar ayudando a los pobres a paliar de alguna manera su pobreza forzada, pobreza que les destruye. Y, en segundo lugar, amando la pobreza, entendida ésta como virtud: la virtud que nos ayuda a desprendernos de los bienes materiales para que así no se adueñen de nuestra alma. Nos dice Juan Manuel de Prada que no se trata de despojar a los ricos” (como pretenden tantas ideologías nefastas), o de imponer a los demás renuncias que los encaucen hacia un estilo sencillo de vida (como hacen hoy algunos profetas activistas del cambio climático). Evidentemente, todos estamos a favor de un cambio climático responsable e integral.

La virtud de la pobreza nos ayuda a responder positivamente a la degradación de la naturaleza, nuestra casa común: nos ayuda a combatir la lacra de la pobreza. Comenta De Prada: No se trata de cambiar el coche de motor de explosión por el coche eléctrico, sino de preguntarnos qué sentido tiene viajar sin tino; no se trata de sustituir la dieta proteínica por la dieta vegana, sino de aprender a vivir frugalmente. La virtud de la sencillez o la frugalidad, íntimamente ligada a la templanza o la moderación, nos dispone a vivir una vida sencilla, frugal que nos libera de ataduras que esclavizan.  

¿Por qué razón debemos adquirir la virtud de la pobreza? Simplemente porque es una virtud que nos ayudará a florecer como seres humanos y a ser felices con nuestras limitaciones humanas. Y, además, en el contexto de Navidad –y como cristianos – porque el Niño Jesús nació en pobreza y permaneció toda su vida en pobreza. Más aún, Jesús tenía un amor especial por los pobres a quienes alabó en su Sermón de la Montana y en su Parábola del Juicio Final, hasta tal punto que dijo que nuestra salvación dependerá de amar y compartir con los pobres y necesitados a nuestro alrededor y en el mundo. Jesús sigue condenando hoy a los ricos egoístas que acumulan bienes materiales mientras muchos pobres de nuestro tiempo mueren de hambre. En otra ocasión, Cristo nos dijo que uno no puede servir a dos señores: a Dios y al dinero. Pero –como acentúa De Prada-  Jesús tuvo amigos ricos (Lázaro, José de Arimatea, etc.), pero a estos también  les dijo que se salvarían si se desprenden de corazón de sus riquezas.

El escritor cierra su columna afirmando lo siguiente: La pobreza de Jesús  nos sigue interpelando hoy.

POBRES DE ESPÍRITU

El texto de Juan Manuel de Prada llama sin duda nuestra atención. A mí me interpela personalmente, me pide una respuesta hoy. No dejemos que el consumismo reinante y el individualismo separatista, la indiferencia social y una vida confortable acallen en nosotros la sensibilidad y la compasión por los pobres y necesitados. Hace uno días leía yo este texto de San Francisco de Sales, dirigido a todos los cristianos: “Abrázala [la pobreza] como a una querida amiga de Jesucristo, porque ‘’Él nació pobre, vivió y murió en pobreza”  (Introducción a la vida devota).

El seguidor de Cristo, el cristiano está llamado a ser pobre de espíritu como condición de verdadero discipulado. La pobreza de espíritu implica desasimiento de las cosas materiales, un estilo sencillo de vida, y solidaridad con los pobres. Implica, además, el poder de reconocer a Jesús en los pobres, los que sufren y los abandonados por los caminos de la injusticia, la violencia y el odio. El Catecismo de la Iglesia Católica nos avisa: “Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves  de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos” (CCC 1033).

Recuerdo muy bien las palabras del antiguo arzobispo de Manila, el Cardenal Gaudencio Rosales: “No será San Pedro quien te abra las puertas del cielo. Será Jesús presente en el pobre que tú ayudaste”. Todos conocemos muy bien las palabras de Jesús: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber…” Y le preguntarán: pero  cuando, Señor, te vimos hambriento o sediento y te socorrimos”.  Él les responderá: “Os aseguro que lo que hicisteis a uno de mis hermanos pequeños a mí me lo hicisteis” (cf. Mt 25, 34-40).

Por Fr. Fausto Gómez, OP.