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Vacunarse Contra El Virus Covid-19

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En la villa global a la que todos pertenecemos se sigue hablando mucho de la vacuna y las vacunas contra el peligroso virus Covid-19, y también de las distintas opiniones sobre esta delicada materia.  Algunos están contra la vacunación, algunos más tienen dudas sobre su eficacia y seguridad, y la mayoría espera paciente o impacientemente recibir la deseada vacuna.  

            Entre los ciudadanos del mundo, muchos preguntan sobre la moralidad de recibir ciertas vacunas que han usado en su elaboración líneas celulares derivadas de fetos abortados voluntariamente.

En este breve ensayo periodístico, hablaremos sobre dos puntos principales. En esta primera columna, afrontamos desde una perspectiva ética y en general el problema de la vacunación.  En la segunda hablaremos sobre la moralidad del uso  de vacunas que han usado células provenientes de fetos libremente abortados.

¿A FAVOR O EN CONTRA DE LA VACUNA? (# 1)

Como en otras situaciones dramáticas en la historia humana, tenemos hoy un número considerable de personas que se oponen a la vacuna y a vacunarse: el llamado movimiento anti-vacuna que se apoya generalmente en una información errónea, en falsos argumentos científicos, y a veces en raras teorías de conspiración política e ideológica, incluso en la creencia de un apocalipsis que se nos avecina. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera la oposición radical a la vacuna como “una de las grandes amenazas de la salud mundial”.

            Parece ser que se da un número mayor de personas que dudan de la eficacia y seguridad de la vacuna, sobre todo, de las nuevas cepas: sí quieren vacunarse, pero no ahora sino más tarde, cuando se convenzan de que las vacunas disponibles son realmente eficaces y seguras y, en particular, de que no hayan causado mayores efectos secundarios perniciosos en aquellas personas ya vacunadas. Este grupo de dubitantes se enfrenta a un serio problema ético: mientras esperan recibir la vacuna pueden contagiarse del nuevo coronavirus, hecho que se opone  a los principios éticos básicos de la buena administración  o buen cuidado de la salud personal (vacunarse para protegerse a sí mismos), de la responsabilidad social y ética (vacunarse para proteger la salud de quienes nos rodean), de solidaridad (vacunarse para así contribuir al bien común, al bien de todos). Para los creyentes en Dios Padre de todos, y para muchos otros, no vacunarse lo antes posible estaría en contra del principio medular de la fraternidad universal.

Un argumento que usan los anti-vacuna y también los que dudan de las vacunas contra el virus: estas vacunas han llegado demasiado pronto comparadas con vacunas anteriores. Es verdad que los científicos han conseguido estas vacunas en tiempo record. Pero esto es explicable: ha habido, y hay, suficiente dinero para llevar a cabo la cara investigación y producción de estas vacunas anti-virus; han contribuido muchos científicos de alta categoría; ha habido muchos participantes voluntarios; y los métodos científicos usados son cada vez mejores y más rápidos.

La gran mayoría de la gente está a favor de las vacunas como el mejor medio por ahora para luchar contra el Covid-19. Actualmente, la vacunación global es la estrategia principal para vencer a este virus, para salvar vidas y para mejorar la economía gravemente afectada por el virus. Si nos vacunamos pronto podremos –así lo esperamos- darnos la mano, abrazar a los amigos, y ver la sonrisa de los niños…; y la economía mejoraría más rápidamente. Ciertamente, la vacunación global es la clave maestra para poder conseguir lo que se llama “la inmunidad colectiva” -la inmunidad de la mayoría- y así poder llegar al vencer a este virus potencialmente letal que ha oscurecido nuestras vidas.

            Científicos, expertos en bioética, profesionales de la salud deben seguir contestando las preguntas de los negacionistas y de aquellos que dudan de la vacuna. Deben tratar de convencer a la gente de la eficacia y seguridad de las vacunas y de sus nuevas cepas y variantes, en particular, de sus efectos secundarios y de que estos  son generalmente menores y usuales en la administración de vacunas. Debemos confiar en la ciencia competente y responsable que respeta científicamente el estricto protocolo de la investigación y la producción, fabricación y distribución de las vacunas, y respeta éticamente el derecho a la vida y a la salud, y los valores esenciales de la justicia, el bien común y la caridad social.

            Las vacunas deben estar disponibles para todos, incluyendo a los discapacitados y los capacitados diferentemente, los pobres y las personas mayores. Esperamos que estos grupos de personas no sean excluidos de recibir la vacuna, como fueron injustamente excluidos algunos mayores y otros -al menos durante la primera ola del virus- de recibir los servicios sanitarios a los que tienen derecho como los demás: accesibilidad  a los servicios de salud (incluyendo las UCIs), y vacunación prioritaria ya que son grupos de riesgo. A los pobres –personas y países- debe dárseles, porque es posible, vacunas libres. Que las vacunas no estén disponibles para países pobres significa discriminación e injusticia.

Añadamos que la situación dramática en la que se encuentra el mundo: la herida salud de la población, la crisis personal, social y económica causada por el Copvid-19 solo pueden solucionarse a corto y largo plazo si se respeta la justicia y se practica la solidaridad. En lugar de competición entre varios países  y diferentes compañías farmacéuticas, debe darse cooperación: caminando juntos para vencer la pandemia,  y centrarse principalmente en la salud y el bienestar de la gente y no en la ganancia económica o política. 

Teniendo en cuenta que la vacuna no puede administrarse inmediatamente para todos, debe cumplirse una priorización que sea justa, esto es, que respeta los principios básicos éticos de igualdad, necesidad y beneficio social. ¿A quiénes se debe vacunar en primer lugar? Parece darse cierto consenso social de la respuesta a esa pregunta: a los profesionales de la salud y otras personas que trabajan en primera línea contra el virus, y además a las personas y grupos más vulnerables, incluyendo las residencias de ancianos.

Con relación a personas mayores y a otras, que no puedan decidir personalmente, se da un problema ético especial: ¿quién decide por ellas?  En estos casos y otros similares, la familia, los más allegados tienen el poder de decidir por ellas, pero según el mejor interés de estas personas que tienen, igual que los demás, derecho a la vida y a la salud. En caso contrario, o sea cuando la familia decide no vacunar a su familiar imposibilitado total o parcialmente, el caso terminará probablemente en las manos de un juez que está obligado a defender los derechos a la vida y a la salud de estas personas.

Con relación a la vacunación en distintos países, la Iglesia está contribuyendo como puede. El Papa Francisco y muchas conferencias episcopales en todo el mundo están animando  a la gente a que se vacunen, y defienden una vacunación universal. Alguna diócesis como, por ejemplo la de Plymouth, Inglaterra, ha ofrecido sus oficinas diocesanas al gobierno para la administración de vacunas.  Obispos españoles han afirmado que la vacuna es una buena noticia para todos y animan repetidamente al pueblo a que se vacune. Por su parte los obispos americanos encargados del Comité de Problemas ante la Vida afirman: “Vacunarse con seguridad contra el Covid-19 debe ser considerado como un acto de amor al prójimo y parte de nuestra responsabilidad moral hacia el bien común”.

Cerramos esta primera columna con las palabras del Papa Francisco en una entrevista reciente (enero 10, 2021): "Yo creo que éticamente todos deben recibir la vacuna. No es una opción, es una acción ética. Porque juegas con tu salud, juegas con tu vida, pero también juegas con la vida de los demás".

Por Fr. Fausto Gómez, OP.

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