Los creyentes saben muy bien que necesitan la oración y que ésta tiene un poder increíble. La oración, nos dice Tertuliano, es algo que vence a Dios. A mí me gusta decir que la oración es la fuente donde cogemos el agua que necesitamos diariamente para alimentar nuestras plantas, esto es, nuestros pensamientos, palabras y obras.
Se dan diferentes clases de oración, que incluyen la oración vocal y la oración mental. Consideran do el objetivo o propósito de la oración, ésta puede ser de bendición y adoración, de alabanza, de gratitud, de arrepentimiento, y, muy frecuentemente, oración de petición (cf. CCC 2626-2642).
Estamos necesitados y somos débiles. Nos acercamos y pedimos ayuda humildemente para nosotros y para muchos otros a quien es fuerte: al buen Dios omnipotente y misericordioso, Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Recurrimos a nuestro Mediador y Salvador Jesucristo Dios y hombre, y también a los santos, nuestros intercesores, sobre todo a María Santísima, y también a; bendito San José Además, nos acercamos con nuestras infinitas peticiones a los santos, en particular a quienes tenemos una devoción espacial. Y pedimos muchas cosas: por el fin de la pandemia causada por Covid-19, por la salud, la paz, la gracia del Espíritu, el alivio de nuestras miserias físicas y morales… y así ¡ad infinitum!
¿Por qué a veces nos parece que el buen Dios no nos escucha ya que no conseguimos lo que pedimos? Jesús nos ayuda a responder a esa pregunta que nos hacemos muchas veces con una parábola preciosa sobre una viuda y un juez corrupto. La viuda pide al juez justicia repetidamente, pro el juez está en otra onda y al principio ni la escucha hasta que un día concluyó que la viuda no le iba a dejar en paz, y la escuchó. Moraleja: ¿si un juez corrupto escucha a una viuda persistente cuanto más Dios que es nuestro Padre y nos ama infinitamente nos escuchará a nosotros? Dios Uno y Trino nos escucha siempre y responde a nuestras peticiones. Tenemos nada menos que la promesa de Jesús: “Os aseguro que todo lo que pidáis a mi Padre, Él os lo concederá en mi nombre” (Jn 16, 23); Cf. Mt 7, 7); “Si pedís algo en mi nombre, yo lo haré” (Jn 14, 14).
La promesa de Jesús se refiere principalmente a darnos el Espíritu Santo (cf. Lc), a concedernos cosas buenas (Mt), o a los frutos de una vida cristiana auténtica (Jn): “Recibiremos de Él lo que pidamos porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada” (1 Jn 3, 22).
Recuerdo que un amigo me envió por WhatsApp un dicho bien conocido referente a la oración de petición: Dios puede decir “sí” a nuestras peticiones, o “todavía no”, o “te daré algo mejor”. Santiago nos dice en su carta: “No tenéis porque no pedís. O, si pedís, no lo obtenéis porque pedís mal, porque lo queréis para gastarlo en vuestros placeres” (Sant 4,3). El alma que está unida a Dios por el amor, por la llama de amor viva dice a Jesús: “Lo que tú quieres que te pida yo te pido, y lo que tú no quieres, yo no quiero” (San Juan de la Cruz).
Ciertamente, Dios responde siempre a nuestras peticiones. Sin embargo, sus respuestas, quizás, no son nuestras repuestas así como sus planes no son nuestros planes, y sus caminos no son nuestros caminos (cf. Is 55, 8; CCC. 2736-2737). Para llegar a recibir lo que pedimos en nuestras oraciones, necesitamos seguir rezando y pidiendo, con una fe firme y una confianza absoluta en Dios, que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. Recordamos lo que Jesús dijo al padre que le pidió que por favor curara a su hijo que estaba poseído por un demonio: Todo es posible para quien cree”. La preciosa respuesta del padre: Yo creo, pero ayuda mi falta de fe. Previamente, los discípulos habían intentado curar al chico epiléptico, pro no lo consiguieron. Los discípulos preguntan a Jesús el por qué. Jesús les responde: Esa clase solo sale a fuerza de oración (Mc 9, 29; cf. Ibíd., 9, 14-29).
La oración no falla pero nosotros podemos fallar, y entonces no conseguimos lo que pedimos. San Agustín nos dice: “Si nos parece que Dios no nos responde, se debe a que nos está preparando un mejor regalo. No nos lo negará. Si Dios no nos lo concede todavía es porque no estamos preparados para recibirlo. ÉL quiere que tengamos un deseo ardiente de sus más grandes dones. Con esto quiere decirnos que recemos siempre y que no perdamos la esperanza”. Yo pienso frecuentemente que cuando venimos a adorar al Señor, recibiremos cualquier cosa que pidamos, si lo pedimos con una fe viva y un corazón puro (San Juan María Vianney).
Dios Padre es quien mejor sabe lo que es bueno para nosotros no solamente hoy o mañana, sino a través de toda nuestra vida. San Basilio nos explica: “Si tú pediste y no recibiste se debe a que rogaste por alguna cosa que no es buena, o porque lo pediste sin fe, o porque no es conveniente para ti, o porque no lo pediste con perseverancia”.
Cuando pedimos algo del buen Dios, debemos decir como Jesús su Hijo: Hágase tu voluntad. Como María:fiat, que así sea. San Francisco de Sales nos anima a que digamos: “Padre, si es posible, deja pasar este cáliz”; sin embargo añadamos con fortaleza, “pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Por tanto, nos dirigimos a Dios con la confianza de que, si pedimos algo según su voluntad nos escuchará (1 Jn 5, 14).
¡La voluntad de Dios es la mejor voluntad para nosotros! Dios Padre, por su Hijo en el Espíritu, nos concede la gracia que necesitamos para hacer su santa voluntad. Esta gracia se nos da no como fruto maduro sino como “semilla divina” que debemos regar y nutrir con nuestra modesta cooperación. Las conocidas palabras de San Pablo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia en mí no ha resultado estéril, ya que he trabajado más que todos ellos; no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Cor, 15, 10).
Los frutos de nuestra oración, incluida la oración de petición, son maravillosos: la oración aumenta la gracia y el amor en nuestros corazones; nos ayuda a obtener lo que pedimos, y –si rezamos con “atención actual”- sentiremos la dulzura de Dios” (Beato Alfonso Orozco).
Y termino con las palabras consoladoras del protagonista de la preciosa novela de Georges Bernanos -un joven, humilde y buen sacerdote- Diario de un cura rural: “¿Cuándo cualquier persona orante nos ha dicho que la oración le falló?” ¡Nunca! La oración de petición tampoco falla, aunque nosotros –pecadores- sí podemos fallar, y fallamos cuando rezamos de manera errónea o pedimos lo que no debemos. No obstante, y con gran confianza, seguimos rezando y pidiendo al buen Dios – ¡siempre!
Por Fausto Gómez