La cuaresma nos sugiere más encuentro con la Palabra de Dios. El primer domingo, focaliza el mensaje central de la vida cristiana: el anuncio del reino. Nuestro mundo necesita la buena noticia de la cercanía y acompañamiento de Jesús.
CUARESMA DEL MUNDO. Un diagnóstico se nos hace en las páginas de la creación del mundo. Dios separa el agua de la tierra para hacerla habitable, casa estable de los hombres. Junto a esta separación pronto aparece la invasión del hombre, volviendo el caos a la tierra, lugar de despropósitos, hasta el punto que Dios decide volver a allanarla con el agua, purificándola.
Un mundo poblado, pero desierto de valores, donde habitan fieras y aves rapaces, todo tipo de amenazas acontecen desestabilizando la creación de Dios, el vivir humano. Todo se vive en cómodos plazos, cuenta lo funcional, se desentiende de los fines y preocupan los medios (estética, aparentar, poco esfuerzo, comodidad); hay de todo y para todo (pastillas para dormir y despertar, engordar y adelgazar, bajar y subir la tensión); queremos que todo nos lo den hecho y vivir sin enterarnos del sufrimiento, los problemas y necesidades, producto del hombre endiosado y tentado para que prescinda de Dios y le desprecie.
CUARESMA DE JESÚS. Le urge la necesidad que tiene el mundo y su decisión es rápida: ir a su encuentro. Es un sentimiento irreprimible para llevarle su amor, acompañarle establemente. Su cuaresma es esta misión encomendada, su vida encarnada de la que va a hacer un camino hacia la tierra prometida con los hombres.
No va al desierto del silencio, la soledad, lugar geográfico separado de la sociedad como Juan, sino donde está el hombre, para anunciar la cercanía del reino. No puede aguantar más sin bendecir y sacralizar el mundo, lo mismo que el mundo no puede esperar otra cosa para su salvación: se juntan en un mismo deseo el sueño de Dios. Desde que Jesús se encarna, se acaban los plazos, empieza su camino con nosotros y todo queda sacralizado. Cada hombre y mujer somos sagrados, más que el templo; somos encuentros con Dios, santidad de Dios en cada momento de la historia. Eso es lo que Jesús anuncia: que el hombre ya no está solo en los peores momentos del dolor y sufrimiento, problemas y agobios y desilusiones; que ya tiene un acompañante para el camino siempre y solo tiene que abrir los ojos o mejor, el corazón para acogerle.
NUESTRA CUARESMA. La carta de Pedro nos dice que lo del diluvio es signo de nuestro bautismo, donde se actualiza un pacto, una alianza, que nos habilita para reconocer el poco valor de las promesas del mundo y pasar a responder creyendo y fiándonos de Dios, compañero de camino. Creer y confiar no es no pecar, no es vivir la perfección ritual, sino saber donde podemos colocar nuestro pecado, saber quien nos perdona.
Convertirnos es girar nuestra vida hacia Dios, orientarla hacia su gracia, sentir su cercanía. Nuestro empeño no puede ser, hacer más sacrificios, ser más cumplidos, rezar más, sin volver a escuchar la buena noticia del evangelio, como si fuera la primera vez, para atravesar el desierto de nuestra vida acompañados, con sentido y sensibilidad humana por los demás. Es lo que repetimos cada día en el Padrenuestro cuando decimos: santificado sea tu nombre…, sacralizar y santificar a Dios en el servicio a los hermanos.
Por Fr. Pedro Juan Alonso OP