EL CASTILLO DE DIAMANTE
Al informar a un amigo fraile y paisano de que había comenzado mi cuarentena de tres semanas (sseptiembre 11 - octubre 2, 2021) en el Pousada Marina Infante Hotel, me aconsejó: “Haz un retiro que te conviene”. Indudablemente, me conviene. Pero no estaba yo entonces en esa onda. Sin embargo, sí había decidido que mi larga cuarentena fuera también tiempo de recogimiento, de introspección, de paz. Además de mis obligaciones usuales de Dominico, un libro me ayudó mucho a tratar de conseguir mis propósitos.
El libro al que me refiero es una novela histórica que me fascina por el tema y el autor: El castillo de diamante por Juan Manuel de Prada (2017). En esta novela histórica de 455 páginas, De Prada narra fiel, creativa y elegantemente la historia entrecruzada de dos mujeres fuertes: Teresa de Jesús y Ana de Mendoza, Princesa de Éboli. Mientras que a la primera la mueve el ansia de Dios, que colma; a la segunda, el ansia de poder, que produce amargura, y que para Teresa “solo es un sucedáneo del ansia de Dios”.
¡Hay frases en el libro que al leerlas sacudieron mi alma! Cuento algunas más relevantes. La monja Carmelita Teresa va, por su voto de obediencia, en carruaje de Ávila a Toledo: para consolar a la viuda Doña Luisa de la Cerda, rica e influyente señora que ha perdido a su querido marido. La monja Carmelita lleva unas cuantas cosas en su capacho: el breviario, una imagen de San José, el ajedrez que la regaló su querido padre, y unas disciplinas “para penitenciarse cada vez que la vida muelle en el palacio de Doña Luisa le hiciese olvidar los sufrimientos del Gólgota”.
Otra tarde, estando Teresa todavía en Toledo y consolando a la viuda, se percató de que Isabel, una criada avispada de Doña Luisa, podría llegar a ser una buena monja para su primer palomarcito de San José en Ávila (entonces, todavía no aprobado). En una conversación distendida, Isabel pregunta a Teresa: “¿Qué es para vos la felicidad?” Teresa: “Felicidad es no tener nada y poseerlo todo. Es no tener ni desear ninguna cosa de la tierra. Es no dejar que ningún trabajo nos turbe. Es olvidarnos de nuestro contento para contentar a quien amamos. No hay mayor felicidad que vivir para servir, ni la mejor paz que la que solo de Dios depende, porque a Él nadie se la puede quitar, y por lo tanto tampoco a nosotros”.
Teresa sigue contando a la joven huérfana Isabel algunas de sus conversaciones con Su Majestad Jesús, sus pecados y sus arrobos. La quisiera Carmelita (y lo será, pero sin empujarla). Teresa le comenta su segunda conversión, que la llegó después de contemplar, de “mirar” en el Monasterio de la Encarnación (Ávila) la imagen de un Cristo atado a la columna y muy llagado, y añade: “En el fondo, todo en la vida consiste en mirar a Su Majestad. Si estás alegre, míralo resucitado y en gloria. Si estás con trabajos, o triste, míralo atado a la columna, o clavado en la Cruz. Mírate en Él, con esos ojos tan lindos que tienes, y Él olvidará sus dolores para consolar los tuyos. Y te dará todo tipo de mercedes…”. (Esto me recuerda a Santo Domingo de Guzmán, que mezclaba en su vida alegrías y tristezas, sonrisas y lágrimas, oración suplicante y compasión gozosa).
Pedro de Alcántara, su querido Franciscano y director espiritual lleva a Teresa, todavía en Toledo, la esperada noticia de que el Papa le daba permiso para fundar su primer palomarcito de carmelitas descalzas en Ávila (fundará 15 más). La Santa se debate entre fundar sin o con renta. Pregunta al austero Franciscano, quien la anima a que funde sin renta: “Cristo nos aconsejó pobreza… Allá donde no hay pobreza, la puerta del cielo se estrecha como ojo de aguja. Lo mismo para el camello que” para personas.
De vuelta en Toledo, ahora para fundar un palomarcito en la villa imperial, se enfrenta a problemas aparentemente sin soluciónn: licencia negada repetidamente, sin dinero para lo esencial del monasterio y la oposición rotunda de los poderosos canónigos de la Catedral. Incluso su amiga Doña Luisa de la Cerda (debido a la negativa de los canónigos y probablemente a maquinaciones de la Princesa de Éboli) no lo ve viable. Cuando Doña Luisa (quien después se arrepentirá) la dice: “Si os empecináis de ese modo, acabaréis por quedaros sola”. Teresa le responde: “Más no vencida. Quien pierde es quien se rinde”. Ella nunca se rindió”.
Camino de Pastrana, para fundar otro palomarcito, aunque ella al principio no lo quería, pero al fin partió de inmediato, después de consultarlo en la capilla de su palomarcito de Toledo con Su Majestad. Ella, como siempre, obedeció a Jesús, ya que -Teresa comenta- “alcanzar la perfección no consiste en obtener mercedes, ni en tener don de lenguas o espíritu de profecía, sino en conformar la voluntad propia con la de Dios, de tal modo que cualquier cosa que Él quiera la queramos nosotros también y alegremente la aceptemos, tanto si es sabrosa como si es amarga”.
Cuando vivían en el palacio del Príncipe Guy Gomez –buen esposo de la Princesa y prudente consejero del rey Felipe II-, Teresa and Isabel sufrían de lo lindo por las largas fiestas nocturnas palaciegas -bailes, cantos de juglares, poemas…. Estas fiestas no dejaban pegar el ojo ni a Teresa ni a Isabel. Una noche de bailes, respondieron a los bailes palaciegos bailando ellas dos en su celda. Comenta la Santa sonriente: “ante el infortunio siempre es mejor reír que llorar, para que rabie el demonio”. Otro día, la Madre dice a Sor Isabel que ella será la Priora del monasterio de Pastrana. La joven monja se siente aturdida e incapaz. Teresa la consuela: ¡Todo se hace fácil cuando hay amor! El amor es la única medicina que sana las arrugas del alma”.
Teresa de Jesús está desilusionada con el palomarcito que la ha construido la Princesa de Éboli en Pastrana, y más aun con la misma Princesa que quiere controlar a Teresa y a su palomarcito, como si fueran su propiedad. Ana de Mendoza no pudo conseguirlo. Finalmente. Teresa optó por cerrar el monasterio de Pastrana, y una noche sacó subrepticiamente a sus monjas de él.
Un último ataque de la Princesa, que ya venía cociendo hace algún tiempo: llevar a la monja insobornable a la Inquisición (así lo hizo) acusándola de iluminada y hereje. En este plan malévolo la confirmó la lectura del Libro de la Vida que la misma Teresa le había prestado. Después de dar muchas razones contra el Libro a su tímido y comedido marido, a quien el Libro había captivado, su esposa añade: “y por no hablar de que todas sus reflexiones espirituales son más aburridas que sermón de dominico”. Un dominico fue quien aplaudió y aprobó el Libro de la Vida para su publicación: el gran teólogo de la Escuela de Salamanca Domingo Bañez.
(Teresa murió en Alba de Tormes en 1582, y la Princesa de Éboli en su palacio de Pastrana, donde vivía en arresto domiciliario, por castigo del Rey por sus intrigas palaciegas, en 1592) (FGB)