SANTA CATALINA Y SU INCOMPARABLE EL DIÁLOGO
Santa Catalina de Siena fue, en palabras de San Pablo VI, “un fenómeno único… entre los más dulces, más originales y más grandes [santos] que la historia ha narrado”. Deseo presentar a continuación una breve reseña de la vida y obra de la gran santa dominica del siglo XIV, y de su obra magistral El Diálogo.
Catalina Benincasa nació el 25 de marzo del 1347 en Siena, Italia. Jacobo y Lapa, sus padres, tuvieron 25 hijos/as. Catalina, una chica piadosa y devota de Jesús y María, fue el número 23. Cuando era todavía muy joven, Catalina ofreció su vida a Cristo, su Esposo, e hizo para Él una celda interior en su corazón. Cuando ya tenía unos 17 años, Catalina se unió a las llamadas “Mantellata”, un grupo de mujeres seglares de la Orden de la Penitencia de Santo Domingo, e inició entonces, recluida en su casa, un periodo de tres años de oración y penitencia. Cuando tenía unos 20 años, Catalina deja su casa paterna -sin dejar nunca su celda interior-, dedica su vida a servir con sus muchos discípulos al prójimo, sobre todo a los más necesitados, a la Iglesia, y a promover la paz.
La santa dominica de Siena tenía tres amores especiales: Dios, el prójimo necesitado y la Iglesia. Jesús la dice: “el amor de Dios y el amor al prójimo son “los dos pies” con los que tienes que caminar, o “las dos alas” con las que tienes que volar.
Catalina murió el 29 de abril del 1380, después de mucho sufrimiento. Fue canonizada por Pio II en el 1461, proclamada copatrona de Europa por Pio XII en 1939, y declarada Doctor de la Iglesia por San Pablo VI en 1970. Santa Catalina es también copatrona de Italia y copatrona de la Diócesis de Macao (China).
Nuestra santa escribió una obra clásica de la vida espiritual y mística: El Diálogo, o El Libro de la Divina Providencia, que es una larga conversación entre Dios Padre y Catalina. Como se ha dicho, más que de un libro se trata de la vida fascinante de Catalina. Además, ella escribió cientos de Cartas y alrededor de 48 Soliloquios y oraciones que proclamó durante períodos de éxtasis o mientras rezaba en voz alta. En sus obras, que son extensión de su atractiva vida, Catalina une maravillosamente contemplación y acción, oración y compasión.
El Diálogo no es de lectura fácil y a veces es repetitivo, pero ciertamente merece la pena leerse -debe leerse. Es uno de los “clásicos” de la espiritualidad cristiana y por lo tanto siempre importante y relevante. Uno se asombra cuando se da cuenta de quién es la “escritora”: una joven sin muchas letras, que aprendió a leer tarde y que no sabía escribir bien, fue capaz de dictar sus increíbles conversaciones (su método para presentar su dotrina inspirada) con Dios Padre.
Uno se hace la pregunta inevitable: ¿Donde aprendió ella esa doctrina maravillosa de la espiritualidad cristiana y mística? La respuesta de Catalina, según su confesor el beato Raimundo de Capua: “Lo aprendí de Jesús, me Señor y Maestro, que habló conmigo como yo estoy hablando ahora contigo.” Ella se lo agradece al buen Dios: “La doctrina de la verdad que me has comunicado es una gracia especial, además de la común que das a las otras criaturas”. Evidentemente, el Beato Raimundo de Capua y otros confesores, y sus hermanos dominicos predicadores la enseñaron la doctrina verdadera. Ella amaba mucho al “glorioso Tomás [de Aquino]”.
El Diálogo suele dividirse en 167 capítulos, generalmente breves. Catalina lo inicia con una introducción (caps. 1-2), lo continua con su doctrina sobre la perfección (3-12), el diálogo (13-25), la doctrine sobre el Puente (26-87), las lágrimas (88-97), la verdad (98-109), el Cuerpo Místico de la Iglesia (110-134), la divina providencia (135-153), y finalmente sobre la obediencia (154-165). Catalina concluye su gran Dialogo con un breve resumen y una alabanza agradecida al Señor (166-167). (Hemos seguido la estupenda edición -y traducción- de José Salvador y Conde, Obras de Santa Catalina de Siena, El Diálogo - Madrid: BAC, 2018, 434 páginas).
Dios, Trinidad Eterna, nos ha creado para que tengamos vida eterna por la sangre de Cristo Crucificado. Nadie puede ir al Padre sin la ayuda de Jesús, que es el Puente. Dios Padre le dice: “El alma unida a mí por su divino amor es ‘otro Yo’”. Ella repite una de las frases más citadas: Tú [Padre Dios] eres el que eres y Yo soy la que no es”. La dulce unión del alma con Dios en santa comunión: “el alma está en Dios y Dios en el alma como el pez está en el mar y el mar en el pez”.
La doctrina de Catalina sobre el Puente es considerada como una de sus enseñanzas más innovadoras y emblemáticas. El Puente es el Hijo de Dios, el dulce Jesús, Dios y hombre, Cristo muerto y resucitado, mediador entre Dios y la humanidad. La redención y la gracia proceden de la sangre de Jesús. El Puente tiene tres estados o pasos representados por los pies, el costado y la boca del dulcísimo Jesús crucificado. En el primer estado, el alma deja los vicios; en el segundo, el alma vive del amor a la virtud, y en el tercero -la boca-, el alma encuentra gran paz y quietud.
El Puente se construye con las piedras de las virtudes verdaderas. La caridad es la reina de las virtudes, la que da vida a todas las otras virtudes, y la única virtud que entra en el cielo. Otra virtud muy importante es la humildad, que es la nodriza de la caridad. También importante en esta vida es la paciencia esperanzada, que es la médula de la caridad. La santísima fe está radicada en la obediencia, otra virtud a la que la santa de Siena da suma importancia.
La vida cristiana, guiada por el Espíritu Santo, está veteada constantemente por “la oración humilde y santa” -oración de gratitud, alabanza, y especialmente de petición: “Por tanto, pide, que Yo [Dios Padre] hago misericordia”, y nos invita a llamar a la puerta de la Verdad, su Hijo. Catalina suspira: ¡O Amor! Yo te he vencido con tu mismo amor”.
En el Puente hay una tienda: el Jardín de la Iglesia, donde el peregrino recibe el Pan de Vida y la Sangre de Cristo. La Iglesia es la viña del cuerpo místico, y Jesús es la vid en la que estamos injertados. Catalina se lamenta: Aquellos que no estén injertados pronto se tornarán en rebeldes que serán como miembros separados del cuerpo, y pronto se pudrirán.
Catalina habla, además, de otro puente: el puente sobre el rio donde aquellas personas con pecados graves pueden hundirse y ahogarse. Para ellos también –para todos-, la puerta de la misericordia de Dios está siempre abierta. La santa nos amonesta amablemente: cuidado con el amor propio, que es la fuente de todos los males. El amor propio es un árbol podrido plantado en la montaña de la soberbia. Dios Padre dice a la santa de Siena -y a nosotros hoy: “Para obtener la vida eterna, no es suficiente que mi Hijo sea el Puente, sino que es necesario utilizarlo”.
Jesucristo, nuestro Puente de salvación, nos invita a vivir una vida compasiva, fraternal, alegre y orante. De este modo, contribuimos a construir puentes en nuestro mundo dividido: puentes de justicia, solidaridad y fraternidad entre naciones, familias, partidos políticos, religiones y culturas; puentes que vayan reemplazando existentes muros de soberbia, odio, violencia, y racismo.