¿AMAR A NUESTROS ENEMIGOS?
--Fr. Fausto Gomez
En su canción popular titulada “El progreso”, Roberto Carlos canta: Yo quisiera poder abrazar mi mayor enemigo. El Profeta de Nazaret pide a sus seguidores: "Ama a tus enemigos”. ¿Es esto realmente posible?
Amor significa desear bien a los demás, hacer bien a la gente. A quienes lo tienen les ayuda a salir de sí mismos, de su “gordo yo” y de su amor egoísta, y les abre hacia los otros. Por naturaleza, la persona humana anhela la felicidad. En esta vida, solamente el amor puede llevarnos a una felicidad relativa pero verdadera. En realidad, la vida humana consiste en aprender a amar -y a amar más ascendentemente. Ciertamente, “ser es amar”, y vivir es amar: un amor verdadero hace a la persona honesta, libre y responsable, compasiva.
El amor es la virtud y el valor humano más grande: el amor como philia o amistad (amor afectivo) y como agapé, o amor generoso incondicional (amor supremo benevolente). Con amor afectivo, amamos a nuestros familiares y amigos: es natural amarlos. Con amor de agapé, a nuestros seres queridos -los más queridos y cercanos- y también, con distinta intensidad, pero con amor verdadero, a los enemigos. En la tradición cristiana, el amor como caridad -amor de Dios en nosotros- se considera como la “forma”, la madre y el motor de todas las virtudes. En la perspectiva del Reino, la caridad da vida a tosas las virtudes y las penetra de paz, alegría y misericordia: de empatía universal. \
Dios ama a toda su creación. Él ama a todos los seres humanos, que son sus criaturas y también sus hijos. Dios no tiene enemigos, porque Él ama a todos y no odia a nadie. A los creyentes, a los cristianos su fe les exige imitar el amor de Dios que es universal, en el cual caben todos, incluidos buenos y “malos”, mujeres y hombres, niños y mayores, santos y pecadores, pobres y ricos.
Jesucristo, el Hijo de Dios ama a todos. Su mandamiento primordial para sus discípulos: con mi amor (cf. 1 Jn 4:19), ama a Dios y al prójimo, a todos, incluidos los enemigos. Para quienes creen en Jesús, este amor es un amor universal -amor fraterno- que no excluye a nadie, que está siempre anclado en la gracia divina, y que se fortalece con la oración.
San Pablo nos dice: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Gal 5:14). Este mandamiento implica amar también a aquellos que nos odian. Con odio en nuestros corazones no podemos amar a los enemigos. Contrariamente, si tenemos amor en nuestros corazones, nuestros enemigos cesan de serlo y se convierten en nuestros hermanos y hermanas en Cristo, Salvador universal. Santo Tomás de Aquino nos explica que el mandamiento de Jesús “ama a tus enemigos” significa “odiar no a la persona sino el pecado”: odia el pecado y ama al pecador. Odia el mal y huye del Malo, Satanás, el Tentador que “como león rugiendo, da vueltas buscando a quien devorar” (1 Pe 5:8; (cf. Mt 10:36). Palabras para meditar: Así como el amor fraterno viene de Dios, el odio procede del demonio” (St. Pedro Crisólogo).
Jesús pide insistentemente a sus seguidores que amen a sus enemigos. Sus palabras: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por vuestros perseguidores, para que así seáis hijos de vuestro Padre en el cielo” (Mt 5:43-45); “bendecid a quienes os maldicen, rezad por los que os injurian” (Lc 6:28); “Padre, perdónalos” (Lc 23:34). Por lo tanto, Jesús pide hoy a sus seguidores amar a sus enemigos, perdonarles y rezar por ellos. Sabias palabras: Nadie puede rezar por otro y seguir odiándolo (W. Barclay).
Dada nuestra inclinación al amor propio, a la ira y la impaciencia, es difícil para nosotros -con la débil fuerza de nuestra naturaleza herida- amar a nuestros enemigos y por tanto no odiarles. Un miembro de la inigualable Peanut Family dice: “Yo amo a la humanidad, pero no puedo tolerar a la gente”. Un caminante: “Yo amo a mis enemigos, excepto a aquellos que me han tratado mal”. Excluir a algunos enemigos del amor hace al amor selectivo y consecuentemente no cristiano: la caridad no es selectiva sino universal.
La fórmula positiva de la Regla de Oro, ley ética universal, dice: "Haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti”. Jesús invita a todos a practicar la Regla de Oro (cf. Mt 7:12), y va más allá de esa ética de reciprocidad a una ética de agapé o amor incondicional. De esta forma Jesús completa y perfecciona la Regla de Oro cuando nos dice: ama a tus enemigos y reza por tus perseguidores (Mt 5:44).
Admirables consejos de San Alfredo, cisterciense y Abad: “El grado más alto de amor fraterno es amar a nuestros enemigos, y para llevarlo a cabo, no hay una mejor recomendación que el recuerdo de la paciencia admirable practicada por aquel que, siendo e; más justo ofreció su amable rostro para que lo escupieran sus enemigos. Escuchando esa voz maravillosa, cuajada de amabilidad y amor, diciendo ‘Padre, perdónalos’, ¿quién no amaría a sus enemigos inmediatamente? Aun más: el señor excusó a aquellos que lo crucificaron… Para amar a sus hermanos más perfectamente, [el discípulo de Jesús] debe abrir sus brazos para abrazar incluso a sus enemigos” (El Espejo de la caridad).
¿Es muy difícil amar a nuestros enemigos, o a los Caines de nuestro tiempo, o a este o a ese enemigo? Sin duda que lo es. Afortunadamente, tenemos ayuda disponible, si la anhelamos de verdad. Cristo Jesús nos dio el mandamiento de amar a nuestros enemigos y, por lo tanto, también nos ofrece la gracia que, con nuestra modesta cooperación, necesitamos para cumplirlo. Como sabemos. Jesús nos dice: sin mi no podéis hacer nada, y el evangelista Mateo cierra su Evangelio con estas esperanzadoras palabras: “Yo estaré con vosotros siempre hasta el fin del mundo” (Mt 28:20).
Ejemplo admirable del amor a nuestros enemigos es el mártir San Oscar Romero. El entonces arzobispo de San Salvador predicó más de una vez con estas palabras: “Yo nuca soy enemigo de alguien. Pero quienes, sin causa, quieren ser mis enemigos, que se conviertan al amor… No les odio. No quiero venganza. No les deseo daño alguno. Les pido que se conviertan, para que lleguen a ser felices”.
En sus Confesiones – siempre aleccionadoras -, San Agustín escribe: Feliz es el hombre que te ama, mi Dios, y a su amigo en ti, y a su enemigo por ti. (FGB)