Santo Tomás de Aquino comienza su teología moral o ética teológica con la cuestión del fin último de la vida humana, o sea con la bienaventuranza plena (cf. STh I-II, c. 1).
Siguiendo al filósofo griego Aristóteles, el Aquinate nos dice que "todo agente actúa por un fin", y consiguientemente el fin último es lo primero que necesitamos saber antes de poder caminar con sentido. Los fines intermedios, si son buenos, se dirigen al fin último, como las esperanzas temporales se dirigen hacia la esperanza de conseguir la vida eterna, esto es, la bienaventuranza final. Recuerdo la frase del filósofo Séneca: "No hay viento favorable para quien no sabe adónde va
Después de estudiar la cuestión básica sobre la bienaventuranza, el Doctor Angélico continua su moral general (I-II) analizando categorías éticas fundamentales: actos humanos, moralidad, libertad, conciencia, ley, pecado y virtud). En la segunda parte de la moral, la parte especial (II-II), Santo Tomas desarrolla sobre todo las siete virtudes principales de la vida humana y cristiana: las virtudes morales cardinales (prudencia, justicia fortaleza y templanza) y las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad). La ética teológica del Doctor Común de la Iglesia es una ética positiva, una ética de las virtudes, o de los hábitos buenos.
La moral tomasina empieza por tanto con el fin último, que es la bienaventuranza plena o la felicidad completa-, y termina con el principio de una vida cristiana buena, que es la gracia divina, fundamento del edificio espiritual/moral.
El fin de nuestras acciones es la felicidad. Todos queremos ser felices, pero parece que desafortunadamente muchos no lo somos. Como decía A. Camus: "Los hombres mueren y no son felices". Y no somos felices - al menos relativamente, pero realmente felices - porque quizás buscamos la felicidad en lugares donde no se encuentra: en lugares utópicos, como el transhumanismo, o ponemos nuestra felicidad en la posesión de objetos falsos o insuficientes, por ejemplo, la soberbia, el dinero. Ciertamente, la felicidad en la tierra no puede hallarse en un lugar, en una herencia, en un título, en una victoria.
En su búsqueda apasionante de la felicidad plena, Santo Tomás se acerca al dinero, al placer, al poder, a la salud, a la ciencia, a la sabiduría… para concluir que estos objetos pueden y deben contribuir a nuestra felicidad, pero ni son suficientes ni son los principales que puedan darnos la felicidad aquí. El mismo baremo podríamos aplicar hoy a la tecnología dominante: la tecnología es indudablemente, un gran valor, pero llevada a cabo sin conciencia, sin respeto a los principios y valores éticos fundamentales no puede hacernos felices y puede llegar incluso a tiranizarnos y manipularnos.
El mal cause infelicidad. Como acentúa un filósofo contemporáneo, "El mal [ético] es siempre una degradación, un hundimiento". Solamente podemos ser felices -nos dice Aristóteles- haciendo el bien, es decir, practicando las virtudes, que son los hábitos buenos que nos inclinan fuertemente a hacer el bien en las distintas esferas de la vida. La felicidad, nos dice el Aquinate, "consiste en la práctica de la virtud". La práctica de las virtudes -que están conectadas unas con otras- es ya en si misma causa de felicidad y además camino hacia mayor felicidad. La felicidad es “el premio a la virtud”.
Una vida éticamente buena es una vida virtuosa. Una vida buena se manifiesta en las virtudes, que son hábitos operativos buenos que nos inclinan fuertemente a acciones virtuosas de una virtud concreta (por ejemplo, la misericordia a actos misericordiosos), y que se actualizan y fortalecen con acciones buenas. La virtud es una fuerte inclinación hacia el bien, y las virtudes son disposiciones firmes a realizar actos buenos en las distintas esferas de la vida: personal, social, espiritual.
Una vida virtuosa es una vida impregnada de amor. Una virtud especial vivifica y da valor a todas las demás: el amor o la caridad. En perspectiva ética y espiritual, sin el amor, todo vale poco. Pero el amor necesita de las otras virtudes para poder caminar y proporcionar una vida temporal bienaventurada y feliz, aunque imperfecta. Para Santo Tomás, felicidad consiste en la presencia del amor en nuestra vida. Para los cristianos y otros creyentes, la caridad o el amor de Dios es la virtud motora y la más perfecta de todas las virtudes, mientras la compasión -fruto de la caridad, con la paz y la alegría- es la virtud más perfecta con relación al prójimo. Sabias y relevantes palabras: “No es la ciencia la que redime al hombre, sino el amor” (Benedict XVI).
Para la tradición cristiana, el fin último es la bienaventuranza completa, o la felicidad plena, o el amor supremo, es decir, Dios. En verdad, "sólo Dios satisface" (Santo Tomás). Más tarde Santa Teresa de Ávila escribirá: "Solo Dios basta". Indudablemente, felicidad es santidad. Si leemos las vidas de los santos de diversas religiones, veremos que ellos, íntimamente unidos a Dios, son los seres más felices de la tierra. Gandhi decía que el mundo necesita santos, no políticos.
En este mundo, las Bienaventuranzas de Jesús (cf. Mt 5, 3-11) llevan a la Bienaventuranza o felicidad plena. Como ha dicho elegantemente un buen teólogo, las Bienaventuranzas son ocho formas de felicidad (J. M. Cabodevilla), o sea, ocho maneras de amar. Ciertamente, la felicidad en esta vida consiste esencialmente en amar a Dios y al prójimo, en salir de uno mismo para encorarnos con el buen Dios en sí mismo, en las hermanas y hermanos, y en su maravillosa creación. La práctica de las bienaventuranzas aquí, las virtudes de las bienaventuranzas, nos llevan a la bienaventuranza final después
En nuestro mundo -bastante materialista, secular y engreído-, los valores morales, y las virtudes en particular, parecen contar cada vez menos. Generalmente, lo que cuenta hoy no son los valores humanos básicos, sino los que dictan las mayorías, a veces manipuladas por los hilos invisibles de poderosos y políticos sin escrúpulos, de las ideologías reinantes. Quiéranlo o no, los valores fundamentales éticos (la libertad, la verdad, la justicia, la solidaridad) no dependen de mayorías, sino de la verdad de la naturaleza humana y el acuciante deseo natural universal de felicidad. En este contexto, es bueno y refrescante recordar que la verdadera felicidad proviene de una vida buena, de una vida virtuosa, que es esperanzada, amorosa y alegre. (FGB)