Hay entre nosotros personas que no son capaces de perdonar. Se dan otras que dicen que perdonan, pero no olvidan. Y todavía hay otras más que solo perdonan cuando quien les ofende piden perdón. Y finalmente, hay otras personas que no se perdonan a sí mismas. Afortunadamente, se dan muchas personas entre nosotros que perdonan siempre a quienes les ofenden. ¿Entre quienes me encuentro yo? ¿Y tú?
Perdonar a otros es una característica del amor humano y divino auténticos, y una cualidad esencial de la felicidad. Como cristianos, discípulos de Jesús, debemos amar a todos con un amor que perdona: quien ama de verdad perdona.
Jesús nos invita al perdón incondicional que testimoniaron los santos y los mártires (cf. Hch 7:60). Él nos dijo: “Si perdonáis a los demás sus ofensas, vuestro Padre del cielo os perdonará las vuestras; pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre os perdonará” (Mt 6:14-15). Recordamos la Parábola de Jesús sobre el sirviente a quien el amo perdona mucho y del otro sirviente que no es capaz de perdonar a otro compañero lo poco que le debe, y que por no perdonar fue condenado. Jesús apostilla: “Así os tratará el Padre del cielo si no perdonáis de corazón a los hermanos y hermanas” (Mt 18: 35). San Pablo comenta: “El Señor os ha perdonado; haced vosotros lo mismo” (Col 3:13).
Perdón significa simplemente “la expulsión del odio, el rechazo de desear mal al otro; es esperanza en la conversión del criminal” (E. Lasarre). Tradicionalmente, perdonar incluye olvidar, borrar las ofensas que otros cometen contra nosotros. Ya hace algún tiempo que algunos teólogos empezaron a acentuar, en lugar de olvidar o borrar las faltas, recordarlas de otra manera. A mí me gusta decir: recordar la ofensa del otro contra mí como herida ya curada.
Parece ser que hay personas que no son feiices porque no son capaces de perdonar las ofensas que otros cometen contra ellos. Ciertamente, no perdonar hiere el alma, y la herida seguirá ahí hasta que tomen la única medicina curativa: el perdón.
Ser capaz de perdonar a otros puede ser un desafío difícil para muchos de nosotros. Ciertamente, no es fácil, y a veces es realmente difícil perdonar y olvidar o recordar de otra manera. Llegar a perdonar completamente es un proceso dinámico con diversos pasos: no desear mal a quienes nos ofenden, rezar por ellos, desearles el bien, y terminar amándolos. Veamos.
- “Perdono, pero no olvido”. ¡Por lo tanto, no perdonas! No olvidar implica en realidad responder a un mal con otro, que es parecido a eso de “ojo por ojo y diente por diente”. El perdón cristiano incluye el olvido de la ofensa como ofensa. Y preguntas: ¿Como puedo olvidar? ¿Tengo buena memoria? Si uno perdona, recuerda la falta del vecino como una herida curada. Dios olvida nuestros pecados perdonados. El profeta ora: Señor, “volviste la espalda a todos mis pecados” (Is 38:17). Recuerdo la historia oriental de una visionaria que contaba a su párroco las muchas visiones que tenia de Dios. El sacerdote no la creía. Pero, le cansó tanto con sus visiones y conversaciones con Dios que un día dijo a la señora: “OK, creeré en tus visiones si Dios te revela mis pecados secretos”. En su visión siguiente, ella preguntó a Dios por los pecados secretos del sacerdote. Unos días después fue a verle, y le dijo: “Padre, pregunté a Dios por sus pecados secretos y me contestó que los había olvidado”. Jesús pidió perdón por quienes lo crucificaron: “Padre, perdónalos”, e incluso los excusó de su pecado, “porque no saben lo que hacen” (Lc 23:34). Como sus discípulos, tratemos de hacer lo mismo.
- “Perdono cuando quien me ofende me pide perdón”. ¿Como perdonamos a quienes nos ofenden? ¿Solamente cuando nos piden perdón? No debe ser así. Dios hace eso, pero no somos Dios, quien, con tal de que estemos arrepentidos, nos perdona siempre. Otra posible pregunta: ¿Dudamos a veces de la sinceridad de quienes nos piden perdón? Trata de no dudar: ¿Conocemos su interior? Podemos sospechar, pero -nos dice Santo Tomas de Aquino-, mejor que no sospechemos pues la sospecha no sabe la verdad, y por tanto no es generalmente buena moralmente.
- “Yo no me perdono a mí mismo”. Todos nosotros -pecadores- hemos cometido y seguimos cometiendo faltas o pecados en nuestra vida. Y por ellos, nos acusamos a nosotros mismos. Pero, ¿cómo pude hacer eso? Cuando hicimos algo malo y nos sentimos responsables de ello tratamos de pedir perdón, lo confesamos debidamente, y de seguro que el buen Dios nos perdonó y olvidó nuestros pecados. Entre nosotros, hay quienes sugieren que olvidemos totalmente nuestros pecados perdonados: jugar con la suciedad puede ensuciarnos una vez más. Otros prefieren recordar sus pecados para estar más arrepentidos. Se dan, además, otras personas que prefieren acentuar no sus pecados perdonados sino la misericordia de Dios. San Francisco de Sales nos dice que María Magdalena, después de ser perdonada por Jesús, nunca volvió a mirar para atrás -a su pasado pecaminoso. Ciertamente, lo que haya de malo en nuestro pasado está sepultado y debe de ser generalmente olvidado. Nos centremos, por lo tanto, en el presente y caminemos hacia el futuro con pasos de amor fiel y esperanzado.
- Humildemente pedimos perdón a Dios y a quienes hemos ofendido. Esta petición de perdón nos ayuda a reconocer nuestras debilidades, nos libera de la esclavitud del pecado, y facilita nuestra obligación de perdonar a otros. Una pregunta: ¿Que tal nos parece pedir perdón a Dios y a los ofendidos por “pecados” cometidos por nuestros antepasados? Un apunte de respuesta: Podemos decir -con el debido respeto- que parece estar de moda el que pidamos perdón, sea la Iglesia, la diócesis, la congregación religiosa …, a los posiblemente ofendidos por los pecados correspondientes del pasado. Puede estar muy bien, si es medio hacia la reconciliación, si es medicina que cura heridas causadas por injusticias. Pero la justicia sola, que es necesaria, no es suficiente: solo la justicia con el perdón, que es producto del amor. Sin embargo, lo más importante para nosotros es pedir perdón por nuestros pecados e intentar seria y responsablemente no cometer hoy los “pecados” cometidos por nuestros antecesores.
¿Qué hace el perdón posible e incluso atractivo? El amor de Dios en nuestros corazones. Amor auténtico del prójimo lleva consigo perdonar a todos, incluidos nuestros enemigos. San Isidoro de Sevilla dice que quizás no todos puedan compartir algo con los pobres, pero todos, incluidos los pobres, podemos perdonar. Por tanto, intentamos honestamente perdonar siempre: setenta veces siete, Jesús le dice a Pedro -y a nosotros-, o sea siempre (cf. Mt 18:22).
Perdonamos a todos, sí, pero odiamos el mal que pueden habernos hecho. Conociendo nuestras debilidades, necesitamos rezar. Nos dice Santa Teresa de Ávila que la oración nos lleva al perdón. Como parte de nuestra oración de noche, es recomendable y espiritualmente saludable pedir perdón a Dios y al prójimo por nuestros pecados y perdonar a quienes nos han ofendido durante el día. A veces, puede resultarnos difícil hacerlo, y por tanto pedimos ayuda al buen Dios.
Diariamente, rezamos el Padre Nuestro: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. ¿Como podemos rezar el Padre Nuestro si no perdonamos a todos los que nos ofenden? Hace algún tiempo recibí una estampa con este mensaje: “Perdonar y ser perdonado hacen cada día un nuevo día”. El pasado verano ojeando libros nuevos en una librería de Madrid, leí en la contracubierta de un libro: Quien no perdona no tiene futuro.
Perdonar significa un feliz nuevo día y un futuro feliz. ¡Que así sea! (FGB)