El Viernes Santo es el día en que los cristianos buscamos descubrir y entender el sentido de la pasión y de la Cruz de Jesucristo. Este año hacemos a la luz del relato de San Juan. Un relato peculiar, en el que el autor dice de sí mismo: "El que lo vio da testimonio, y sabe que es verdadero y dice la verdad para que también vosotros creáis". Una expresión con la que San Juan no se refiere solo a haber visto físicamente, con los propios ojos, sino a haber entendido el significado del acontecimiento de la crucifixión y muerte de Jesús, y lo narra para ayudarnos a entender la perspectiva desde la que hay que mirarlo.
El relato de S. Juan sobre la pasión, crucifixión y muerte del Señor está precedido por el anuncio de la glorificación que tan bien muestra a Jesús consciente de lo que va a pasar con su vida: "Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado". Y la imagen del grano de trigo que si no muere queda estéril pero si muere da mucho fruto, le sirve a S. Juan para mostrar que la muerte y la glorificación están estrechamente unidas. "Ahora mi alma está turbada y qué voy a decir? Padre aleja de mi esta hora?. Pero si para eso he llegado a esta hora. Padre glorifica tu Nombre".
En ese contexto el relato de la pasión de S. Juan comienza con la traición de Judas, momento en que se acerca Jesús, y sabiendo lo que venía sobre él, se adelanta y dice: Yo soy... Yo soy y para eso he venido, repetirá más tarde ante Pilato.
A lo largo de tantas idas y venidas, de Anas a Caifas y de Caifas a Pilato, el relato de S. Juan es prolijo en repetir un estribillo hasta media docena de veces: "Para que se cumpliesen las escrituras". En cada parte del relato, desde que llegan a prenderlo hasta que se reparten los vestidos o el tengo sed, S. Juan está insistiendo en que así se cumplió lo dicho por las escrituras. Todo va sucediendo para que se cumpla el plan de Dios, hasta poder decir: Todo está cumplido y entregar su espíritu. Con ello trata S. Juan de decirnos que Jesús no fue ajusticiado, ni condenado, y si me apuráis, ni le mataron. Prefiero el texto donde el mismo Jesús dice: No me quitáis la vida, soy yo quien la entrego.
A veces, dada la extensión que tienen los relatos de la pasión y la muerte en el conjunto de los evangelios, uno puede pensar que toda la vida de Jesús se define y adquiere sentido por su muerte. Pero es al revés, es la muerte la que se define y adquiere sentido por el estilo de vida, las obras y el mensaje al que dedicó su vida Jesús. Su vida estuvo toda ella orientada hacia Dios y la implantación de su reinado. Y fue esa orientación de toda su vida la que le llevó a descuidar el valor de su seguridad y su propia vida.
En aquellos días Jesús era consciente de que su vida, al igual que la de Juan el bautista, iba a sufrir una muerte ignominiosa. Hay una tradición muy temprana, que ya se contaba en los años 70, y de la que se hacen eco los primeros evangelios, según la cual Simón, un fariseo, se acercó en aquellos días a Jesús para advertirle del peligro que corría con Herodes pidiéndole que se alejara temporalmente de Jerusalén. Jesús parece que escuchó con simpatía al bueno de Simón, y le respondió: Simón, qué quieres? que renuncie a predicar aquello para lo que he venido y renunciar a mi misión.
La muerte de Jesús no está aislada del resto de su vida y el mensaje que anunciaba. Es la expresión histórica del carácter incondicional de su proclamación y estilo de vida, ante lo que palidecen las consecuencias previsibles y fatales para su propia vida. Su pasión y muerte es el resultado final de una experiencia de fidelidad y entrega total a la causa de Dios. Volver a proclamar hoy la pasión y la muerte de Jesucristo requiere aprender a hacer nuestra aquella experiencia de fidelidad y entrega para que todos tengan vida.
Cada Viernes Santo se nos invita de nuevo a hacer de nuestros trabajos, nuestro vivir cotidiano, nuestras alegrías y tristezas, nuestra salud y enfermedad, nuestra propia vida, una búsqueda de entrega y fidelidad que nos permita llegar al "todo está cumplido". Amén.
Fr. José Parra OP