MARÍA, NUESTRA MADRE
-- Fr. FAUSTO GOMEZ OP
En la bella capilla del Convento de Santo Tomás de Aquino de la Universidad de Santo Tomás (Manila), se contemplaba en la pared central una imagen de la Virgen María a la derecha del Cristo crucificado que con el tabernáculo de la Eucaristía la preside. Bajo los pies de la Virgen se leía: “Ecce Mater Tua: Ahí tienes a tu Hijo. ¡Me encanta!
La maternidad de María es la fuente de todos sus privilegios y gracias: fue concebida sin pecado original (ella es la Virgen, la Inmaculada Concepción); ella fue llevada al cielo en cuerpo y alma (ella es nuestra Señora de la Asunción).
María es la Madre de Dios (cf. Lc 1:26-38). Así se la ha llamado desde los primeros siglos del cristianismo. El Concilio de Éfeso (431) la declaró Theotokos (“Portadora de Dios”), Madre del Hijo de Dios, Madre del Verbo Encarnado: Madre de la humanidad de Jesús que está esencialmente unida a su divinidad: humanidad y divinidad que constituyen la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo de Dios y de María. Antes de concebir a Jesús en su vientre y por obra del Espíritu Santo, ella lo concibió espiritualmente en su “sí” de la fe (cf. Lc 1:45).
María es la Madre de Jesús, el Hijo de Dios (cf. Lc 1:35), la Madre del Señor (cf. Lk 1:43). “La Santísima Virgen, concibió a Cristo, lo engendró, alimentó, presentó al Padre en el templo, padeció con su Hijo cuando moría en la cruz, y cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador” (LG 61). “María … es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor… Está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo; con el don de una gracia tan extraordinaria que aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y terrenas” (LG 53). “Después de Cristo, ella ocupa en la santa Iglesia el lugar más alto y a la vez el más próximo a nosotros” (LG 54).
María es la Madre de todos. Imaginémonos a Cristo crucificado. María su Madre y el Discípulo Amado están al pie de la cruz. Jesús mira primero a su Madre y pronuncia su Tercera Palabra desde la cruz: “Mujer, ahí tienes a tu hijo,” y después al Discípulo Amado: “Ahí tienes a tu madre” (Jn 19-26-27). De esta manera, Jesús entregaba su querida madre a Juan, y en él a todos nosotros. María es, sin duda, nuestra Madre.
María es ciertamente nuestra Madre, porque Cristo es el Hijo Unigénito de Dios y nosotros somos hijos adoptivos de Dios Padre. El Señor resucitado dice a sus discípulos: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn 20:17).
San Juan Vianney nos señala que la bienaventurada Virgen María es mejor que las mejores madres. María, por tanto, es realmente una madre increíble, porque la madre que nos llevó en su vientre y nos enseñó a andar y a sonreír y a amar y a rezar es la mejor persona del mundo, como me dijo mi padre entre lágrimas cuando murió su madre. Kahlil Gibran escribe: “La palabra mas bella en los labios de la humanidad es la palabra ‘madre’”. María no reemplaza a nuestra propia madre. Ella es nuestra Madre en una dimensión diferente: es Madre en el Espíritu, Madre de los renacidos en el Espíritu. La maternidad espiritual de María va de la mano de la filiación espiritual.
María es nuestra Madre espiritual. Jesús es la Cabeza del Cuerpo Místico -la Iglesia-, y la Virgen es la Madre de la Iglesia, de la comunidad de los discípulos, miembros de la Iglesia con María, que es la primera, ya que ella es la discípula de discípulas/os, la humilde sierva, la más unida a Jesús. ¿Por qué? “Porque ella cooperó con su caridad en el nacimiento de los fieles de la Iglesia que son miembros de la cabeza” (San Agustín).
La maternidad espiritual de María es una maternidad de la gracia. Ella es “la llena de Grecia” (Lc 1:28). Por razón de su obediencia, esperanza y caridad, de su sublime vida sobrenatural, María es “nuestra Madre en el orden de la gracia” (LG 61). Cristo es el único Mediador, y ella -subordinada a Cristo- puede ser llamada “Mediadora” de todas las gracias. Bajo Cristo, en el Espíritu Santo, María es el canal de gracias para nosotros: “En ella, tenemos una gran y fiel Mediadora delante de Cristo” (Luis de Granada).
De eso se colige que nuestra Madre la Virgen María nos guía hacia los Sacramentos, que son canales de gracia divina; en particular, hacia la Eucaristía, en la que el Cuerpo de Cristo de la Virgen María se hace realmente presente. Como nos dice San Juna Pablo II, María es la Mujer de la Eucaristía, el mejor y primer tabernáculo de Cristo (cf. Ecclesia de Eucharistia).
En la Basílica de la Inmaculada Concepción en Washington DC, hay un altar lateral presidido por una preciosa imagen de la Virgen con el Niño con esta inscripción: “Más Madre que Reina”. Me encanta. Reina, sin duda; pero, sobre todo, Madre de Jesús y nuestra.
La madre de mis días me ayuda a conocer a María como mi Madre espiritual. María como mi Madre espiritual me ayuda mucho a comprender a Dios como Padre, como mi Padre/Madre: como amor, compasión y ternura.
La Virgen es nuestra mejor intercesora delante de Cristo, y nuestro mejor modelo para seguirle, que es nuestro único Camino. Como se ha repetido, en las Bodas de Caná María muestra su misión para con nosotros: en primer lugar, su compromiso como intercesora mediadora: “No tienen vino”. En segundo lugar: su compromiso como la primera discípula: “Haced lo que Él os diga” (cf. Jn 2:1-11).
Termino acentuando lo siguiente: Para nosotros, sus hijos, nuestra devoción filial a María (veneración), testimoniada en la imitación de sus virtudes, está ordenada a nuestra devoción a Cristo (adoración), que significa seguirle. Jesús es el fin de toda devoción a los santos, incluida María, que es la más alta entre los santos. “La razón de nuestro amor a María os nuestro Señor Jesús; la medida de nuestro amor a ella es amarla sin medida” (San Bernardo).