Somos cristianos, es decir, discípulos de Cristo, seguidores de Jesús. Si quitamos la palabra “Cristi” (Cristo) de cristiano no queda nada, solo tres letras que no nos dicen nada sobre nuestra fe cristiana. Sin Cristo, el cristiano no lo es.
¿Qué lugar ocupa Cristo en mi vida? Todos los cristianos están llamados a una unión progresiva con Dios a través de Cristo en el Espíritu (cf. Vaticano II, LG 40-41). Jacques Ellul escribe: “La revelación de Cristo es primariamente Trinitaria”. Nuestro Dios es el Dios cristiano. Solamente Jesús nos revela quién es Dios, Trinidad: “La creación es por el Padre, la encarnación por el Hijo, y la transfiguración por el Espíritu son la arquitectura de la revelación” (Escritos espirituales esenciales).
Jesús vive hoy. Como dice Karl Barth, “Creemos que Jesús es nuestro contemporáneo”. De aquí se sigue que la cuestión radical de Jesús a sus discípulos también va dirigida a nosotros, a cada uno de nosotros: “Quien soy yo para ti?” (cf. Mt 16:13-17). Podemos responder a esta pregunta de dos maneras: objetivamente y subjetivamente.
La respuesta objetiva, “ortodoxa” no es difícil. Generalmente, los discípulos de Jesús saben la respuesta correcta. Jesús es el Profeta que denuncia el mal y la injusticia y anuncia la Buena Noticia del Reino de Dios, las Bienaventuranzas. Él es el Maestro que enseña con autoridad, el Varón de Dolores que muere por los pecados de la humanidad.
Jesús es el Hijo de Dios y el Hijo de María, el Camio, la Verdad y la Vida, y la Luz del mundo (Jn 14:6, 8:12, 9:5), el Buen Pastor (Jn 10:11, 14), el Buen Samaritano, el Pan de Vida (Jn 6:35-48, 51), la Vid (Jn 15:5), la Resurrección y la Vida (Jn 11:25). Conocemos a Cristo por el Espíritu Santo: Dios-Hombre, el Dios que nace como nosotros, que sonríe, que llora, que trabaja, que se cansa, que tiene amigos, que es la cara de Dios, que muere en la cruz y resucita a una nueva vida gloriosa. Jesús es el Señor crucificado y resucitado.
En sí misma, la respuesta objetiva es fría, externa, y quizás de libro. Puede ser una respuesta sin compromiso ni desafío alguno. Respondemos objetivamente cuando discutimos acerca de la cuestión “¿Quién es Cristo?” de forma distante, científica, profesional. Damos una respuesta objetiva cuando predicamos sin fuego, sin compromiso personal, cuando nosotros -creyentes- hablamos acerca de Cristo sin habernos encontrado con él personalmente.
El Sermón de la Montaña es
el retrato más fiel que tenemos de Cristo
Creemos profundamente que Jesús espera nuestra respuesta subjetiva y personal. Recuerdo un cartel pegado a la pared en una estación de metro de Nueva York. Un anuncio que me gritaba con sus grandes letras rojas bajo un cuadro con el rostro de Jesús: ¡CRISTO ES LA RESPUESTA! Alguien escribió en letras pequeñas: ¿Cuál es la pregunta?
La pregunta de Jesús a cada uno de nosotros -cristianos- es: ¿Quién soy yo para ti? Ciertamente, nuestra fe cristiana no significa principalmente “recitar un credo”; significa, más bien, “conocer a una persona”, y “presentarle a los demás”. No significa “saber acerca de Cristo, sino conocer a Cristo” (W. Barclay, In Lk 9:18-22 and 10:21-24; In Mth 9:35). ¿De verdad conocemos a Jesús? ¿Somos capaces de decir -como San Pablo- “Sé en quien he puesto mi confianza”? (2 Tim 1:12). Esta es la tarea permanente de la vida cristiana: conocer al Señor cada vez mejor (cf. Fip 3:10-11).
Para quienes creen en él, Cristo es la prioridad de prioridades. Como dice el teólogo Jacques Ellul, “Jesús es todo para nosotros: por su muerte, Él es nuestro salvador; por su resurrección, él es nuestra esperanza”. Para el cristiano, Jesús es el significado primordial de su vida.
Dios Padre nos dice: “Este es mi Hijo querido; escuchadle” (Lc 9:35; Mc 9:7). “Pon los ojos solo en él, porque en él te lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas… No hay más fe que revelar ni la habrá jamás” ((Subida del Monte Carmelo).
Ciertamente, la respuesta subjetiva o personal se entronca en la respuesta objetiva y se alimenta de ella. Sin la respuesta verdadera objetiva y doctrinalmente, mi respuesta personal puede ser errónea o no ortodoxa; puede ser mi “verdad” y no -como debe ser- la Verdad.
Verdaderamente, Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre: el Cristo total. Creemos en el Cristo total, completo: el Cristo que nació como nosotros, vivió, murió y resucitó de entre los muertos. Parece ser que algunos entre nosotros los cristianos creen en un Cristo parcial que se acomode a sus deseos y devociones: el Santo Niño, el Cristo que caminó sobre las aguas, el Nazareno, el Cristo Resucitado… Creemos verdaderamente en Cristo crucificado y resucitado, el Hijo de Dios y el Hijo de María, Jesús Dios/Hombre.
Cuando uno o una cree en Cristo, el o ella se enfrentará inevitablemente con esta pregunta: ¿Qué debo hacer? (Cf. Hch 2:37). Sin duda, la fe cristiana no es una moralidad, sino -y radicalmente- una experiencia personal del misterio pascual, esto es, un encuentro con Jesús Resucitado, que sigue viviendo con nosotros. Sin embargo, la fe cristiana implica necesariamente una moralidad, un nodo nuevo de ser y actuar, de ser y llegar a ser más continuamente lo que somos: criaturas, “imágenes” e hijos/as de Dios, discípulos de Jesucristo, hermanos y hermanas unos/as de otros/as -de todos/as.
Todos los santos señalan a Cristo, que es el modelo absoluto de nuestra vida. Consiguientemente, debemos practicar sus enseñanzas, esencialmente su Sermón de la Montaña, que es nuestra Magna Carta: El Sermón de la Montaña es el retrato más fiel que tenemos de Cristo, y por lo mismo el modelo más perfecto que se nos podía dar (Servais Pinckaers).
(Fausto Gómez Berlana OP)