SANTO DOMINGO, ¿OLVIDADO?
Hemos leído con gozo una novela histórica sobre nuestro Padre y Fundador Domingo. Nos parece conveniente ofrecer un resumen de esta novela con mínimos comentarios. El libro es interesante, ameno, y está bien escrito. Además, la obra es importante para nosotros por otra razón: la autora no es dominica. Es una buena teóloga, casada, con seis hijos. Es bueno saber cómo ven otros/as a nuestro Padre Santo Domingo de Guzmán; qué acentúan y no acentúan en la vida y misión de nuestro querido Fundador.
Resumen de la interesante novela histórica del Fundador de la Orden de Predicadores, de la teóloga Isabel Gómez Acebo. Título: El Santo olvidado: Domingo de Guzmán (Madrid: San Pablo, 2021; 202 página).
LA VIDA RURAL
Caleruega. Vivian entonces unas 25 familias. Vida rural, sin escuela. El matrimonio Félix y Juana tuvieron tres hijos: Antonio, Manes y Domingo. Su madre los llevaba frecuentemente a visitar iglesias y ermitas, incluido el Monasterio de Silos. Doña Juana quería que sus hijos se dedicaran a Dios y no a las armas. Tampoco Don Félix los quería guerreros, sino clérigos. Juana tenía tíos que eran clérigos. El cura del pueblo les enseñó el Credo, salmos, y oraciones comunes. Domingo, nacido en Caleruega hacia el año 1174, conoció el movimiento premostré de pequeño. (Ello influiría después en las Constituciones [¿La primera de España? ¿O fue Salamanca en 1218?].
EN LA ESCUALE CATEDRALICIA DE PALENCIA
En Palencia, Domingo formó y perfeccionó su personalidad, y mostró sus deseos de ser sacerdote dedicado a la predicación, el estudio y la misericordia.
Estudio el trivium (gramática, dialéctica y retorica), y el quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música). Estudió las Sentencias de Pedro Lombardo y las elucubraciones filosóficas y teológicas de San Isidoro de Sevilla. Y siempre: la Biblia y los comentarios de los Padres de la Iglesia. Tenía Domingo un amor especial al Evangelio de San Mateo y a las Cartas de San Pablo. En la ciudad castellana aprendió y practicó el método escolástico: lectio, quaestio, disputatio. Nos dicen que fue Domingo muy estudioso y espiritual. Amaba los libros. Aquí nació su gran deseo de ser sacerdote.
Tiempo de hambruna en Palencia. Vendió sus libros y pergaminos para alimentar a los pobres. Y Domingo, con otros estudiantes, estableció un dispensario para dar alimento a los hambrientos. Conocía bien los textos bíblicos y trataba de practicar sus enseñanzas. Los siguientes textos tocaron su sensible corazón y aumentaron su deseo de ayudar a los pobres y necesitados: “Si quieres ser perfecto…” (Mt 19,21), y “Todos los creyentes vivían unidos y poseían todo en común…” (Actas, 2,44-47). Su ejemplo dio frutos, y muchas personas ricas le imitaron. Su creciente fama de buen estudiante y muy espiritual y humilde llegó hasta el Prior de Osma, Diego de Acebes, que le invito a integrarse con sus canónigos de Osma.
EN OSMA (1196- 1204).
Osma, un pueblo castellano de unos 400 habitantes en tiempo del joven Domingo. Aquí profeso como canónigo regular: “Yo, Fray Domingo de Guzmán, hago donación y entrega de mí mismo a Dios y a la Iglesia de Santa María de Osma, y prometo obediencia, según la regla de San Agustín, a fray Martin de Bazán, obispo de la diócesis, y a fray Diego de Acebes, prior de esta catedral, así como a sus sucesores…” Cuando tenía unos 25 años, Domingo fue ordenado de sacerdote. Después, fue nombrado sacristán y más tarde suprior. Frecuentemente actuaba como prior, ya que el obispo Acebes como consejero del Rey tenía que viajar mucho. En Osma, el joven Domingo llevaba una vida “solitaria, ascética y contemplativa”. Y apostólica: no entró en los monjes porque había optado por una vida contemplativa y apostólica, y por la cura de alamas. Predicaba bastante. Rezaba mucho y leía libros de espiritualidad, incluidos las Conferencias de los Padres del Desierto de Juan Casiano.
EMBAJADOR A DINAMARCA.
Le pide su obispo Acebes que le acompañe a Dinamarca donde el rey Alfonso VIII le envía - dos veces- para pedir al rey de Dinamarca la mano de su hija -para que se case con su hijo Fernando. Un viaje difícil pero fructífero. Fructífero: no tanto por conseguir la mano de la joven niña, que antes de viajar a Castilla, después del segundo viaja, había entrado en religión, o sea en un convento de Dinamarca, sino porque en el camino de idas y vueltas, Domingo se da cuenta de los estragos que están haciendo en el Sur de Francia y en otras ciudades y pueblos europeos la herejía cátara. Domingo a fray Diego: “Si queremos combatir las herejías no hay más remedio que tener gente preparada para que pueda refutar los errores, y en Paris parece que están haciendo un buen trabajo”. (Ya en Palencia y sobre todo por estos viajes, Domingo estaba convencido de que los predicadores debían estar bien formados teológicamente).
A ROMA
Los cátaros y otros herejes tenían éxito como predicadores porque predicaban desde la pobreza, mientras los cristianos, especialmente los delegados papales, desde la riqueza. Algunos cistercienses y otros monjes estaban ya convencido de que esta era la única manera de predicar –como Cristo. Domingo lo estaba profundamente.
El obispo Acebes pidió al Papa que le dejara predicar en Dinamarca o en Fanjeaux para convertir herejes. EL Papa se lo negó. En una conversación con el obispo, Domingo le dijo: “Ya sabéis que siempre he pensado que la Iglesia, para ganar credibilidad, tiene que vivir en pobreza y compartir los bienes con los pobres”.
GRANDES DEBATES CON LOS HEREJES
Los cátaros negaban la encarnación de Jesucristo, porque de la carne no podía salir nada bueno, ya que había sido creada por Satanás. Solo aceptaban –del mundo- el alma, creada por Dios. Tampoco al Jesucristo total. Criticaban a los clérigos por estar más interesados en el poder y el dinero que en el Credo. No creían en la Eucaristía, ni en la Virgen, ni en los santos, que eran para ellos (sus estatuas) como “trozos de madera”. Después de un debate, echaron los documentos de los herejes y los de Domingo al fuego. El de Domingo no se quemó, mientras que el de los herejes, sí.
Los valdenses estaban más cerca de los cristianos que los cátaros. “Las diferencias con los cristianos no eran dogmáticas, sino sobre algunas normas eclesiásticas”.
El obispo Acebes, después de muchos viajes, volvió a Osma, su diócesis, ya bastante debilitado. Murió a los 3 meses. Domingo tuvo que coger la antorcha. Quedó casi solo ante el peligro de las herejías en el Sur de Francia, Toulouse. Domingo ya había iniciado el convento para religiosas –conversas de la herejía cátara- en Prouille. El conde Simón de Montfort ayudó mucho a Domingo, pero también su compañía fue peligrosa pues el conde era bastante violento y cruel, y dejaba en su camino de cruzadas y guerras contra los herejes “muchas muertes, tanto de culpables como de inocentes”. Mientras tanto, Domingo se dedicaba a predicar el evangelio de pueblo en pueblo. Le ofrecieron ser obispo, pero no aceptó ya que ello le impediría predicar el evangelio de Jesús. Domingo “era un gran orador… Destacaba por su austeridad: andaba descalzo, cruzaba por ríos helados, pues no podía pagar al barquero, caminaba bajo el calor asfixiante, como penitencia llevaba una camisa de crin áspera y un cordón de hierro en la cintura, dormía en el suelo y hacia comidas frugales, limitándose en la cuaresma a pan y agua. Su vida representaba la configuración de su persona con Jesucristo encarnado”… “Jamás se vanagloriaba de sus éxitos, no hablaba mucho, más que para preguntar, bendecir, rezar o predicar; tendía su mano a todos los necesitados; relataba historias ejemplares para convencer a las almas; no mostraba irritación o cansancio; intercedía por los hombres, tenía gran confianza en Dios y en María y, sobre todo, rezaba en cualquier lugar, pero especialmente por la noche acompañándose de movimientos corporales y gemidos”.
Tuvo que hacer varios viajes a Roma, relacionados con la aprobación de la Orden. Nos dicen las crónicas que cuando estaba en Roma se dedicaba también a predicar el Evangelio: “predicaba en las iglesias y en las calles, intentaba hablar en su lengua, visitaba a los enfermos, alentaba a los que esperaban en las colas del hambre, escuchaba a los tristes, daba esperanza a los que la habían perdido y…rezaba”. En alguna ocasión, y cuando rezaba, se le aparecieron San Pedro y San Pablo que le dijeron: “Vete a predicar, porque Dios te necesita para este menester”. Y algunos añaden: “Y entonces la visión se amplió y le hizo ver a sus discípulos dispersos por el mundo, de dos en dos, predicando”.
El obispo de Toulouse pide a Domingo que le acompañe al Concilio de Letrán. Domingo, encantado: aprovechara para pedirle al Papa Inocencio III el reconocimiento de su Orden no solo para predicar en Toulouse sino en todas las diócesis del mundo. Lo hizo en principio con una bula del 8 de octubre de 1215. Más tarde, en 1216, el papa pidió a Domingo y sus frailes que escogieran una de las reglas existentes de las órdenes religiosas. En asamblea, se decidieron por la Regla de San Agustín, que ya tenían los canónigos de Osma y que Domingo conocía muy bien. Domingo volvió a Roma para tratar de conseguir del Papa Inocencio III la aprobación definitiva de la Orden; pero desafortunadamente el papa murió antes de que Domingo pudiera presentarle su petición. Con la ayuda constante del Cardenal Hugolino, consiguió la aprobación definitiva del nuevo Papa Honorio III con la bula Religiosam vitam. Era el 22 de diciembre del 1216. En otra bula titulada Gratiarum omnium, el Papa llama, a Domingo y a sus frailes, predicadores. En el 1218, se les llama Hermanos de la Orden de Predicadores.
LA ORDEN DOMINICANA SE EXTIENDE
En la asamblea de los frailes con Domingo el 14 de mayo de 1217, se decide, con cierta oposición, la dispersión de los hermanos, que todavía son pocos y algunos sin la suficiente formación. A los dubitativos, Domingo les dice: “Yo sé bien lo que hago, y nos ha llegado la hora de sembrar la palabra por esos mundos de Dios”. Domingo los envió a Paris, a España, a Toulouse, y a Prouille. Les envió a predicar y estudiar.
En Roma, y después de uno de sus sermones, se presenta a Domingo el famoso profesor Reginald para pedirle que lo acepte en la Orden. Desafortunadamente, Reginald se pone muy enfermo. Domingo le dice: “Aceptad la voluntad de Dios y dejaos en sus manos”. Como dicen nuestras crónicas, durante la grave enfermedad se le aparece la Virgen que le unge con los santos oleos y le viste con el hábito dominicano.
Desde Roma vuelve a Toulouse y posteriormente a España. Estamos muy probablemente en el año 1219. Funda el primer convento de monjas dominicano en Madrid, del que su hermano fray Manes será guía espiritual. Domingo predica en Segovia, donde se formará el primer convento masculino en España. Después visita Palencia, donde nace el segundo convento de hermanos en España. En Segovia, donde predicó mucho, tenemos la famosa Cueva de Segovia donde Domingo pasaba sus noches de oración y disciplina, y lloraba por los pecadores y los pobres ante Dios, a quien pedía por las terribles situaciones de quienes le hacían llorar. Sus llantos “desaparecían en el alba para que la sonrisa acompañara siempre su predicación”.
En Paris (1219), entra en la Orden, después de oír predicar a Fray Domingo, Jordán de Sajonia. Otro de los grandes en los principios de la Orden. Él sucedió a Santo Domingo como Maestro General de la Orden.
BOLONIA
La comunidad floreciente de Bolonia, guiada por Reginald, que había vuelto de Tierra Santa, y que era un gran predicador enamorado de Jesús, atrajo a la Orden a muchos profesores y estudiantes. Domingo permaneció en Bolonia para participar en la predicación y la conversión de los herejes. Dispersó a sus frailes por diferentes ciudades italianas.
En Bolonia conoció a Diana d’Andalo. Convertida y entusiasmada, y viendo Domingo que estaba preparada la admitió en la Orden. Ella hizo su profesión delante de Domingo y otros frailes.
Domingo viajó a Viterbo para entrevistarse con el Papa y pedirle las cartas correspondientes para que sus frailes pudieran predicar sin cortapisas provenientes de obispos. El Papa le invito a fundar un convento de religiosas que recogiera monjas dispersas (con algunas venidas de Prouille), en la antigua iglesia de San Sixto. Lo consiguen: las monjas (con las 8 venidas de Prouille con el obispo Foulques) se reúnen en la iglesia de San Sixto el miércoles de ceniza de 1221, “donde la predicación de Domingo conmueve sus corazones, y todas, menos una, hacen la profesión entre sus manos”. Muchos frailes las atendían. Domingo pidió al papa que le concediera una iglesia del siglo V, “la Basílica de Santa Sabina, edificada en el Aventino. Lo consiguió y allí se retiraron los frailes. Posteriormente, sería la residencia del Maestro General de la Orden.
PRIMER CAPITULO DE LA ORDEN
Poco a poco la salud de Domingo se iba deteriorando. En febrero de 1219, Domingo escribe a todos los conventos y a algunos otros hermanos aislados y les pide que designen representantes para el primer Capítulo General de la Orden, que tendrá lugar en Bolonia. Reunidos en la fiesta de Pentecostés (mayo, 2019), celebran la Eucaristía presidida por Domingo, quien anima a los hermanos “a cantar con fervor pidiendo la ayuda del Espíritu Santo”. Al inaugurar el Capítulo, lo primero que dijo Domingo es pedir su dimisión: “Merezco ser depuesto, pues soy inútil, y descuidado”. No se la admiten, y acepta seguir al mando. Nombra 4 frailes que tienen autoridad sobre los demás. Se aprueban las primeras constituciones, y la regla realmente innovadora de las dispensas. Las Constituciones contienen normas para reglamentar la vida dominicana, que no es fácil.
El Capitulo enfatiza la importancia de una “buena formación intelectual y moral”. Los diversos pasos que ha dado Domingo en su vida convergen en las Constituciones: “la reforma del premostré, la influencia de San Agustín y san Benito, la vida austera de los canónigos, la regulada de los monjes… y la predicación durante diez años a los albigenses. Todo presidido por la imagen de los apóstoles, a quienes deben imitar los frailes”.
Domingo sigue predicando en el Norte de Italia. Su objetivo principal: combatir las herejías y convertir discípulos para Jesús. Pero, cuando se dio cuenta de que había muchas guerras y escaramuzas entre diversos pueblos y ligas, cambió de objetivo principal, que ahora es “predicar la paz, antes que defender la ortodoxia”.
En el camino hacia Milán, Domingo se siente gravemente enfermo, pero no por eso deja de predicar”. Su lema: “hablar de Dios o con Dios, lo que produce una predicación positiva y teocéntrica”.
Durante sus Misas llora ante la Cruz de Jesús y reza por los pecadores. Cuenta el milagro de los dos ángeles repartiendo a los hambrientos frailes “pan e higos”. Volvió a Bolonia. En su ausencia, Fray Rodolfo había mejorado las habitaciones de los frailes y el convento. Domino reacciona: “¿queréis renunciar a la pobreza y construir un palacio?”
¿Preciosa leyenda? Domingo visitaba a sus monjas frecuentemente, para predicarlas. Una vez fue a hablarlas muy tarde. Las monjas se levantaron. Domingo las predicó y después mando al bodeguero que trajera una botella y un vaso. De la botella de vino bebieron los frailes y las hermanas: todos “de la misma copa para demostrar que eran una familia unida”.
LA MUERTE EN BOLONIA
Domingo volvió a Bolonia para la celebración del segundo Capítulo General, que se centrará en la organización de la Orden en conventos en todo el mundo. (El primer Capítulo General fue el capítulo de las Constituciones). Conventos concentrados en 5 provincias: Castilla, la Provenza, Francia, Lombardía y Roma.
Durante su estancia en Bolonia, habló frecuentemente con Diana d’Andalo, a quien su familia no dejaba entrar en religión, hasta tal punto que una vez la arrastraron hasta romperla una costilla. Pero ella entró.
Domingo seguía perdiendo fuerzas. Estaba enfermo. Tiene grandes dolores, pero no se queja: cara de enfermo con “sonrisa dulce”. Sus frailes le llevan al sur de la ciudad –menos húmedo-, al priorato benedictino de Monte Mario. Domingo sabe que pronto va a morir. Habla a sus frailes representantes de Europa –unos 22: “les habla de la perseverancia, de la pobreza, de la prudencia …”. Hizo su confesión general delante de 12 frailes escogidos, que le dieron la absolución de sus pecados y le administraron el sacramento de la extremaunción”.
Problema: “si muere nuestro padre Domingo en el priorato benedictino tendremos que enterrarlo allí”. Domingo dice a Fray Ventura el prior de Bolonia: “Me gustaría yacer entre mis hermanos. Llevadme con ellos y no os preocupéis si muero en el camino”. Llegaron al Convento de San Nicolás, Bolonia. Los hermanos lloraban desolados. El hermano Ventura habla en nombre de todos: “Padre, sabéis la desolación y tristeza que nos deja vuestra partida. Acordaos de mostros y encomendadnos al Señor”. Domingo: “No lloréis hermanos. Os seré más útil y provechoso tras mi muerte de lo que fui en vida”. Domingo: “Padre santo, vos sabéis que he tratado de llevar siempre vuestra voluntad en mi corazón. He intentado conservar aquellos que me habéis encomendado y ahora los pongo en vuestras manos. Os los entrego, conservadlos y guardadlos cerca de vos”. Domingo pide que inicien la recomendación del alma. Los hermanos entonan el Credo y la recomendación de alma. Antes de expirar Domingo eleva sus manos al cielo y muere. Era el 6 de agosto de 1221.
Desde la habitación donde murió Domingo, los hermanos le llevan a la Capilla de San Nicolás, donde colocan el féretro para que fuere velado. Por turnos, los frailes pasaron la noche rezando ante el féretro de su padre. Pronto la gente de Bolonio comenzó a rezar delante del sepulcro y a hablar de los milagros de Domingo. “El 13 de mayo de 1233 se abrió la causa de canonización, y en julio Gregorio IX proclamó la santidad del fundador”.
La autora de la historia novelada escribe palabras que nos interpelan: “La pregunta que nos hacemos hoy es si es posible compaginar la contemplación, las largas horas de estudio, el rezo de la liturgia de las horas, la penitencia y la austeridad, con la fuerza vital que demanda la predicación”.
El lector de la novela concluye: “Imple Pater quod dixisti, nos tuis iuvans praecibus.