¿TE SALVARÁS? ¿ME SALVARÉ?
Nuestra fe cristiana habla de una salvación universal: el buen Dios quiere que todas las personas se salven, y Jesucristo murió para salvarlas a todas.
Un señor preguntó a Jesús: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” Su respuesta indirecta: “Procurad entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán” (Lc 13, 22-23; cf. Mt 7,13). Camino de Jerusalén, donde será crucificado, Jesús proclama el Reino de Dios, y dice: “Arrepentíos, que está cerca el reino de los cielos” (Mt 4,17; cf. Mc 1,14). El reino de Dios, o de los cielos, está dentro de nosotros como gracia y amor divinos; fuera de nosotros como trabajo por la justicia, la paz, y la integración de la creación, y frente a nosotros como Dios que viene a nuestra vida cada día, y vendrá especialmente al final de nuestro tiempo individual y al final del mundo. Dios quiere que todos vayamos al cielo, pero, la puerta de entrada al cielo es estrecha, y los invitados son muchos, pero “pocos los elegidos” (Mt 22, 14).
¿Nos salvaremos todos? Solo Dios lo sabe. Sin embargo, es posible que no sea así. Jesús nos habla de la posibilidad de que algunos no entren al cielo. Sus palabras: “Un árbol sano da frutos buenos, un árbol enfermo da frutos malos”, y “será cortado y echado al fuego” (Mt 7, 17 y 19).
POSIBLES OBSTÁCULOS PARA NO ENTRAR POR LA PUERTA ESTRECHA
(1) Aquellos que rezaron, pero no hicieron la voluntad del Padre -con buenas obras (cf. Mt7:24): “No todo el que diga, ‘Señor, Señor’, entrará en el reino del cielo, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo” (Mt 7:21).
(2) Aquellos que comieron y bebieron con Él, pero no compartieron con otros, a quinees dirá: “No sé de dónde sois; apartaos de mí, malhechores” (Lc 13, 26-27; cf. Mt 7, 21-23). Ciertamente, comieron el Pan de Vida, pero no lo partieron para compartir con otros sirviéndoles desde el amor.
(3) Otros le dirán: “Señor, nosotros escuchamos tus palabras”; pero el Señor les dirá: “Sí, escuchasteis mis palabras, pero -como necios-, no las pusisteis en práctica” (cf. Mt 7:26).
(4) Otra posibilidad: aquellos que suspendieron al no compartir algo los pobres y necesitados. Jesús: “Apartaos de mí, id al fuego eterno… Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui emigrante…, estuve enfermo, en prisión” y a vosotros no os importó nada. “Os aseguro que lo que no hicisteis a uno de esos más pequeños no me lo hicisteis a mi (cf. Mt 25, 41-45).
Una cosa es totalmente segura: Ninguno podrá decirle al buen Dios: Señor, no me ayudaste lo suficiente. Indudablemente, el Señor Dios nos ayuda siempre mucho más que lp suficiente. Él nos provee incansablemente de la gracia que necesitamos para hacer el bien, evitar el mal y salvarnos, pero no nos fuerza a dar nuestra (generalmente requerida) cooperación con su gracia, pues respeta la libertad que Él mismo nos dio.
NUESTRAS PROBABILIDADES PARA ENTRAR POR LA PUERTA ESTRECHA
(1) Practicamos nuestra esperanzada fe cristiana: seguimos a Jesús, el único Camino hacia el cielo: imitamos su vida y cumplimos sus enseñanzas al menos básicamente (somos pecadores).
(2) Vivimos el amor cristiano, o la caridad, que es la virtud de las virtudes, ya que la vida de Cristo está centrada en el amor: amor a Dios, amor al prójimo, amor a nosotros mismos, y amor a la creación, que implica un cuidado responsable de nuestra casa común. El amor, la caridad (el amor de Dios en nuestros corazones) es universal, no selectivo, y por lo tanto incluye también a nuestros enemigos, y es auténticamente verdadero, justo y libre.
(3) Amamos a todos, y por tanto, respetamos y promovemos la dignidad humana y los derechos fundamentales, que son iguales en toda persona, empezando por el derecho a la vida. Defendemos este principio ético vital: La vida humana debe ser respetada desde el momento de su concepción (contra el aborto) hasta su muerte natural (contra la eutanasia y la pena de muerte), y entre su inicio y su fin (una vida digna para todos).
(4) Amamos a todos, principalmente a los más necesitados (pobres, enfermos, marginados), porque es humanamente bueno y particularmente porque Jesucristo practicó un amor universal, no selectivo, y el amor preferencial por todos los abandonados de la tierra.
(5) Cargamos con nuestra cruz personal siguiendo a Cristo, porque seguirle significa, además, seguirle por el Camino de la Cruz. Palabras de Jesús: “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24). La cruz es parte de nuestra frágil vida terrena. Si la llevamos con paciencia y por amor, y siempre con esperanza, nuestra cruz se convierte en una cruz ligera, hasta -como para los santos- gozosa. Nuestro amor al prójimo implica también ayudar a llevar la cruz -según nuestras posibilidades- a quienes cargan con una cruz pesada.
SEÑOR, ¿SON POCOS LOS QUE SE SALVAN?
Nuestra fe cristiana nos enseña que se dan tres estados diferentes a los que quienes mueren pueden ir: el cielo, el purgatorio y el infierno. Esperamos ir al cielo “para estar con Cristo” y con todos aquellos que mueran en la gracia y amistad con Dios, y que por tanto no necesitarán purificación alguna: los santos (cf. CCC 1023-1029). Quizás, y antes de ir al cielo, algunos -o muchos- tengamos que pasar por el purgatorio, si morimos en estado de gracia y amistad básica con Dios, pero todavía necesitáramos cierta purificación. Y del infierno, ¿qué? Nuestra fe, la doctrina de nuestra Iglesia afirma la existencia del infierno, que significa un “estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados,” debida a “morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios” (CCC 1933; cf. Ib. 1033-1037). Hasta el último suspiro, sin embargo, el purgatorio y el cielo son posibles, si cooperamos con la gracia y el amor de Dios, ¡que siempre están disponibles!
¿Es difícil seguir a Jesús, su camino de amor compasivo y generoso? Sí, lo es. No podemos conseguirlo por nosotros mismos: somos mendigos de Dios, débiles y frágiles. Por lo tanto, vamos a quienes pueden y quieren ayudarnos, o sea, rezamos: sobre todo, a Dios Padre, por Jesús su Hijo y muestro Salvador, en el Espíritu Santo nuestro Defensor. Diariamente, le pedimos al buen Dios, “Danos hoy nuestro pan de cada día”, esto es, la gracia que necesitamos cada día para seguir siendo fieles, esperanzados y amantes – y alegres. También nos acercamos a María, Madre de Jesús y Madre nuestra, pues ella es nuestra mejor intercesora ante su Hijo Jesucristo. Vamos, además, a San José y a los santos de nuestra devoción particular. Por ello, la Iglesia “implora la misericordia de Dios, ‘que quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión’” (2 Pe 3, 9; CCC 1037).
Maravillosa la obra de teatro de Paul Claudel titulada La Anunciación de María. Su protagonista es Violaine, una bella joven que está ciega, y es pureza, inocencia, y que confía totalmente en Dios. Un día, dando un beso inocente a un conocido leproso, se contagia de la lepra, que ella considera una bendición. Mara, su hermana, que está casada y no es feliz, la pregunta: ¿Estás seguras de tu salvación? Violaine contesta: “Estoy segura de su [Dios] bondad”.
¿Te salvarás? ¿Me salvaré? En verdad, estas preguntas no deben obsesionarnos, porque estamos en buenas manos: en las manos misericordiosas de Dios Padre. (FGB)