FIELES A LA VOCACION PERSONAL
En este artículo meditamos sobre nuestra vocación como cristianos, todos invitados, llamados por Jesús a ser sus seguidores y discípulos.
El primer libro de Samuel (1 Sam (3, 3-10, 19) nos habla sobre la llamada de Dios a Samuel a ser su profeta. Ana, la esposa de Elcaná era estéril y pide al Señor por un hijo que lo ofrecerá a Dios. Concibió a Samuel, y le ofreció al Señor: “yo lo cedo al Señor de por vida, para que sea suyo (1 Sam 1, 28), esto es, consagrado a Dios. Y después el Señor llama al joven Samuel para que sea su voz ante el pueblo, o sea, su profeta. Samuel responde a la llamada de Dios humildemente y se hace totalmente disponible para Dios: “Habla, Señor, que tu servidor escucha” (1 Sam 3, 12). El Papa Francisco nos invita repetidamente a practicar el arte de escuchar respetuosa y compasivamente: escuchar el uno al otro, a la creación, y a Dios (cf. EG, 171).
Después del prologó sublime, San Juan continúa su maravillosa narrativa con el testimonio de Juan Bautista (Jn 1, 35-42) y la elección de los primeros discípulos. Como estos, también nosotros hemos sido llamados por Jesús como sacerdotes, o personas consagradas, o discípulos laicos -casados, o no casados. Cada uno de nosotros tiene una historia que contar respecto a su vocación personal. En mi caso, nuestro maestro de primaria-secundaria me dijo en la escuela: “Tú iras a los Dominicos de Ávila”, aunque el motor constante de mi vocación fue -después del buen Dios, claro-, nuestra madre, que pedía diariamente al Señor que uno de sus cuatro hijos fuera sacerdote. (Entre paréntesis, según nuestro padre, nuestra madre tenía dos amigos especiales: los santos y los pobres).
¿Cuáles son los pasos ordinarios de una vocación? Los Evangelios nos dicen que se dan tres pasos en la llamada de Jesús:
(1) La iniciativa procede del Señor: “Sígueme” (Mc 1,16; Lc 5, 6-7; Jn 21, 4-7, 15-19). La llamada, la vocación es iniciativa suya: “No me elegisteis vosotros a mí; yo os elegí a vosotros” (Jn 15, 16). La vocación es una gracia, un regalo de Dios. Nadie la merece. Jesús, nuestro Salvador, nos invita a ser sus seguidores, sus hermanos y hermanas, y amigos y amigas.
(2) Nuestra respuesta es ahora, pues mañana nunca llega. Cuando Jesús invitaba a seguirlo, los invitados le seguían inmediatamente (cf. Mc 1:18). Un día también nosotros fuimos invitados -como Samuel, Juan Bautista, Andrés y Pedro, Mateo: “Aquí estoy, Señor, vengo a cumplir tu voluntad”. Como María: “Yo soy la sierva del Señor” (Mc 1, 38). Fuimos llamados para seguir a Jesús.
(3) Seguir a Jesús significa hacer a Cristo la prioridad de nuestra vida. Seguir a Cristo se convierte en el factor determinante de nuestra vida, de cada día de nuestra vida temporal. Seguir a Jesús conlleva “un apego total a la persona y mensaje de Jesús” (S. Galilea, Siguiendo a Cristo). Lleva consigo también llevar nuestra cruz y ayudar otras personas a llevar la suya -con paciencia y, si fuere posible, con alegría.
Tenemos diferentes llamadas, vocaciones distintas. Se dan senderos diferentes para seguir a Jesús, que es el único Camino para todas las personas llamadas -mujeres y hombres. Un punto importante: todas las vocaciones son iguales, “ni mejores mi perores, simplemente diferentes” (M. Gelabert). Lo que de verdad cuenta para todos/as es su respuesta personal a seguir a Cristo.
¿Qué significa esencialmente seguir al Señor? Seguir a Cristo significa conocerle, y conocerle implica amarle, cumplir su palabra, practicar los mandamientos (cf. Jn 14, 21-26). Jesús el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). Nuestra pregunta permanente: ¿Es ÉL mi Camino, mi Verdad, mi Vida? Jesús es el camino para caminar, la verdad para proclamar y vivir, el camino verdadero hacia el Padre, hacia la vida. Kempis nos dice: Sin camino, no hay posibilidad de caminar; sin verdad, no podemos conocer; sin vida nadie puede vivir: “Yo soy el camino que tienes que seguir; la verdad que tienes que creer; la vida que tienes que esperar” (Imitación de Cristo, Libro 3). San Agustín nos lo explica: “Soy el Camino. ¿Dónde nos lleva el Camino? Nos lleva a la verdad y la vida”: Cristo es el camino que nos encamina hacia el amor, hacia Dios, nuestro Padre misericordioso, hacia la felicidad -hacia el cielo.
La vida espiritual -en realidad, toda la vida cristiana- está centrada en “vivir con Cristo”, en llegar a ser “otro Cristo” hoy y siempre. Vivir en Cristo manifiesta la experiencia de vivir como hijos de Dios, como hermanas y hermanos en Cristo, y como templos del Espíritu Santo: llegar a ser ascendentemente lo que somos, esto es, hijos e hijas de Dios Padre, hermanos y hermanas unas de otros, criaturas responsables en el universo creado por Dios. Ello implica esforzarse continuamente para morir al pecado y vivir en el amor. Ello lleva consigo vivir nuestra vida como misioneros en nuestro mundo: Como el Padre me envió así yo os envió a vosotros” (Jn 20, 21). Como Jesús fue enviado por el Padre en el Espíritu para predicar la Buena Nueva, sus discípulos son enviados también al mundo -para trabajar por su salvación.
Seguir a Cristo quiere decir simplemente ser fieles a nuestra vocación, a la que Jesús nos ha llamado (cf. Jn 13, 15-17; 1 Pe 2, 21). Como Samuel, hemos escuchado al Señor. Como Andrés, decimos al mundo, a nuestros hermanos y hermanas que hemos encontrado al Mesías, y que también les invita a seguirle: “Hemos encontrad al Mesías, a nuestro Salvador, que también lo es de todas las personas”. Como discípulos de Cristo debemos decir a los habitantes del mundo que Jesús los ama.
Recordemos que nuestra vocación es regalo de Dios, y requiere de nosotros fidelidad: fijeza y estabilidad, contemplación y meditación (J. M. de Prada). Esto quiere decir apego total a Dios y un desapego básico del “mundo”, que significa fundamentalmente estar en el mundo sin ser del mundo, intentando comprometida y humildemente hacer lo que podamos, siempre con la gracia de Dios y cooperando con ella.
Palabras para meditar: Lo que más cuenta no es ser llamados por Dios, sino el resultado de nuestra vocación: Judas fue llamado por Dios y terminó traicionándole; Pablo, que empezó con cierta reticencia, fue coronado con el triunfo (Boniface Ramsey OP, Prólogo a su edición de Conferencias de Casiano).
Somos peregrinos en el mundo, caminantes hacia la plena felicidad, que está en el Amor, en Jesus nuestro único y verdadero Camino: Tú, Señor, nos ha hecho para ti y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti (San Agustín, Confesiones).