EL CAMINO DE LA CUARESMA: HACIA LA PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR
LA CUARESMA es camino de penitencia y penitencias hacia la Semana Santa, hacia la celebración del gran misterio de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor.
Como discípulos de Jesús, contemplemos el misterio de la pasión del Señor. ¿Cuál es el significado esencial de la pasión de Cristo?
En presencia del Señor rezamos frecuentemente: Oh sagrado banquete en el que se recibe a Cristo: se recuerda la memoria de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura. Se recuerda la memoria de su Pasión.
Recordamos la película de Mel Gibson La Pasión de Cristo. Para algunos, el film es un poco macabro: demasiada sangre derramada por Jesús. Para muchos otros, la película cuenta una terribl y dramática realidad, la oscura realidad de la pasión y muerte de Jesús. Mel Gibson comenta: “La pasión de Cristo es muy fuerte. Estamos acostumbrados a ver bellos crucifijos colgados en la pared, y decimos que Jesús fue golpeado, llevó la cruz en sus hombros, y después fue crucificado en el madero de la cruz… A través de mi niñez, yo no entendía cómo pudo pasar eso. El profundo horror de lo que sufrió por nuestra redención no me horrorizó. Para comprender lo que él sufrió, también a nivel humano, me hace sentir no solo compasión, sino también una deuda que le debo. Quiero recompensarle algo por la inmensidad de su sacrificio”.
Creemos firmemente en Jesucristo: en Jesucristo crucificado. Creer en Dios crucificado es reconocer a Dios en Cristo crucificado (J. Moltmann). ¿Por qué el Hijo de Dios es crucificado y muere en la cruz? ¡El buen Dios podía habernos redimido por su divina voluntad!
¿Por qué la muerte de Jesús en la cruz, que es el modo mas humillante de morir? “Porque no había otra manera más apropiada de morir para sanar nuestra miseria que por la Pasión de Cristo” (Tomás de Aquino). ¿Por qué? La tradición cristiana nos presenta cuatro razones principales.
(1) En primer lugar, porque por su pasión y crucifixión Jesús nos muestra su amor infinito: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único hijo” para así poder salvarnos a todos (Jn 3,16).
(2) En segundo lugar, porque muriendo en la cruz Cristo nos revela la gravedad del pecado y nuestra necesidad de un Salvador. Jesús muere en la cruz para así manifestarnos la maldad del pecado y ayudarnos a no cometerlo: “Él llevó sobre la cruz nuestros pecados cargándolos en su cuerpo para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia” (1 Pe 2,24).
(3) En tercer lugar, Cristo, por su pasión y muerte nos liberó del pecado y, además, mereció la gracia santificante y la gloria de la felicidad: “Cristo nos rescató de la maldición de la ley sometiéndose él mismo a la maldición por nosotros” (Gal 3,13); “Fuimos justificados por la fe…Por la fe en Cristo, somos hijos de Dios” (Gal 3, 24 y 26).
(4) Finalmente, en cuarto lugar, Jesús por su pasión, nos da un ejemplo a seguir. Sabemos bien que ÉL es nuestro Camino, que incluye necesariamente el Camino de la Cruz. Nos doce San Pedro: “Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas” (1 Pe 2, 21). La pasión de Cristo es modelo de todas las virtudes, en especial -según Santo Tomas- de la caridad, la paciencia, la humildad, la obediencia, y el desprecio de las cosas mundanas.
L0S SUFRIMIENTOS DE CRISTO, el varón de dolores del profeta Isaías, fueron increíbles: su agonía en el huerto, la traición de Judas, el abandono de sus discípulos. Además, le acusan falsamente, le condenan injustamente, se mofan de él, le ridiculizan y le azotan atado a la columna. Y después, el camino al calvario cargado con una pesada cruz, la crucifixión y la muerte en la cruz. A través de todo ello: la admirable serenidad de Jesús, su silencio sonoro, su amor misericordioso, su obediencia total al Padre Dios.
A los santos les atrae profundamente la contemplación de Jesús clavado en la cruz. Cristo clavado en una sencilla cruz de madera, que preside el altar mayor de una pequeña capilla, quita su clavo de la mano derecha para abrazar a San Bernardo. Cristo en la cruz que preside la capilla de San Damiano pide a Francisco de Asís que restaure su Iglesia. El libro preferido de Santa Catalina de Siena era Jesús muerto en la cruz. San Juan de la Cruz, que dijo que la cruz es el báculo de la vida, oyó de Cristo, pintado en un cuadro llevando la cruz, estas palabras: “Has hecho mucho por mí, ¿qué quieres de mí?” San Juan XXIII escribe en su Diario Espiritual: “Mi gran libro, del que debo sacar con gran cuidado y afecto las lecciones divinas de alta sabiduría, es el crucifijo”.
¿Cómo Podemos responder a la pasión y a la cruz de Jesús? Somos auténticos seguidores de Cristo, verdaderos discípulos si le seguimos llevando muestra cruz personal: “El que quiera seguirme que se niegue a si mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24; cf. Mc 8, 34, Lc 9, 23). Tratamos de llevar nuestra cruz individual con paciencia, en la oración, y -si fuere posible- con alegría, con esa alegría espiritual que irradian los santos. De este modo predicamos, siguiendo a San Pablo, a Cristo crucificado (cf. 1 Cor 1, 22-24), que es también Cristo resucitado.
Somos discípulos de Jesús y deseamos fuertemente estar íntimamente unidos a él y a aquellos que están íntimamente unidos a él, y a la creación del buen Dios (cf. Gn 1,31; Mt 6, 28-29). Jesús se identifica a si mismo con los crucificados de la tierra. ¿Dónde estamos nosotros, seguidores de Jesús, cuando hermanos y hermanas son crucificados hoy? Como el buen Samaritano, debemos ayudar a los heridos en los caminos de la vida, y como Simón el Cireneo arrimar el hombro a los crucificados del mundo. Nuestra fe en Jesús nos pide practicar el amor al prójimo - a todo prójimo, principalmente a los pobres y desahuciados del mundo, que son para los discípulos de Jesús, el mismo Jesús hoy: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui emigrante y me recibisteis” (Mt 25:35). Henri Nouwen comenta: “Jesús nos está diciendo. “¡Este soy yo, ámame! Qué radical y qué simple”.
Gracias, Señor, por tus heridas, por tu cruz, por tu muerte: por tu amor. Te amamos, Señor; sentimos haberte ofendido a ti y a otros, y a tu creación. Te pedimos, humilde y orantemente, por tu constante gracia y misericordia. (FGB)