EL SONIDO DEL SILENCIO
Cuando yo era estudiante de filosofía, teníamos un Maestro de Estudiantes sabio y santo, Fray Luis López de las Heras. Todos los sábados nos daba una conferencia. Una de ellas me impactó sobremanera, y todavía se mantiene viva en mi corazón: la charla sobre el silencio, un silencio que nuestro Maestro practicaba en su humilde vida y sobria dominicana. Años después, una de mis canciones favoritas nos cantaba elegantemente, emocionando nuestro corazón, de la voz del silencio: “The Sound of Silence,” El sonido del silencio por Simón y Garfunkel. La canción, los intérpretes, la letra son maravillosos. ¡Me encanta el título!
Estamos invadidos, bombardeados por demasiadas palabras, demasiados ruidos. El silencio es un gran valor en todas las religiones y creencias. Como seres humanos, como cristianos necesitamos oír y escuchar el sonido, la voz del silencio a través de nuestra vida. La Iglesia “debe descubrir el poder del silencio” (Cardenal Luis Antonio de Tagle).
Silencio es la otra palabra. Después de la palabra, el gran predicador Lacordaire dice, el silencio es el segundo poder en el mundo. Palabra y silencio son dos maneras de hablar; dos modos de comunicarse. Son las dos caras de parlar. Ambas se complementan mutuamente: “Todos necesitamos usar palabras, pero para usarlas con poder todos necesitamos el silencio” (John Martin)
Apuntemos que el silencio es de dos clases: silencio malo y silencio bueno. El silencio malo (moralmente) es el silencio que calla cuando debe hablar: “Creí, por eso hablé; también nosotros creemos y por eso hablamos” (2 Cor 4,13). Nosotros hoy también creemos, y por lo tanto hablamos. El Señor le dice a Pablo: “No tengas miedo, sigue hablando y no calles porque Yo estoy contigo” (Hch 18,9-10). A los apóstoles Pedro y Juan, las autoridades judías les instaron a que no hablaran más sobre “el nombre”, es decir, sobre Jesucristo muerto y resucitado. La respuesta de los dos apóstoles: “No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20).
El Papa León XIII nos dice: A veces, no debemos estar callados. Debemos hablar, como cuando él habló con fuerza de la injusta pobreza de los trabajadores a finales del siglo 19: Guardar silencio parecería que descuidamos nuestro deber (Rerum Novarum). Su humanidad y su fe piden al cristiano hablar también en lugar de aquellos que no tienen voz: niños, mujeres, pobres, migrantes, y todos los marginados de la tierra.
El silencio forzado o impuesto también es condenable. Por ejemplo, el silencio impuesto por autoridades políticas y religiosas, y por otros sobre otros: sobre promotores de la dignidad humana y los derechos humanos fundamentales; sobre seguidores pacíficos de religiones y creencias. El dinero también puede forzar a algunos a callar cuando debieran hablar: “Cuando habla el dinero, la verdad calla” (dicho chino). También en nuestro tiempo -y quizás más-, es fácil encontrarse con gente que calla porque es “políticamente correcto”.
Si hablamos del silencio sin adjetivos nos referimos generalmente a un silencio bueno, silencio positivo, virtuoso. Necesitamos silencio, silencio bueno para conocernos mejor a nosotros mismos, para escuchar a Dios, a Jesús -Hijo de Dios y Salvador nuestro-, a nuestro corazón, a todas las mujeres y hombres, a todas las criaturas del buen Dios
Necesitamos del silencio para escuchar la palabra silenciosa de nuestro corazón: “Vuestros corazones conocen en el silencio los secretos de los días y las noches” (Kahlil Gibran).
Necesitamos el silencio para es escuchar la voz silenciosa de Dios, para escuchar “la Voz”: “Yo estaré en silencio y dejaré a Dios que hable dentro de mí” (Eckhart ). “Habla, Señor, tu siervo escucha.” Como al profeta Elías, Dios no nos habla en el violento huracán, ni en el temblor de tierra, ni en el fuego. Dios nos habla en “el susurro de una brisa suave” (1 R, 19, 11-13). Para escuchar la voz silenciosa de Dios, nuestros sentidos, nuestros corazones deben estar en silencio: “Mantengo mi alma en paz y silencio como niño destetado en el regazo de su madre; como niño destetado esta mi alma en mi” (Sal 131, 2).
Necesitamos silencio para escuchar a la creación de Dios: a las estrellas, al océano, al viento, a las flores, a los pájaros… En su Encíclica Laudato Si’, el Papa Francisco nos invita a contemplar la creación y a escuchar su voz silenciosa. Cita al Papa Juan Pablo II: “Para el creyente, contemplar la creación es escuchar un mensaje, es escuchar una voz paradójica y silenciosa (LS 85).
Necesitamos silencio para escucha a los demás. Job dice a sus amigos parlanchines: “! Oh, ¡si os callarais la boca! sería eso vuestra sabiduría” (Jb 13, 5). El Papa Francisco habla de la importancia de aprender el arte de escuchar, que es más que simplemente oír, e implica “apertura del corazón”. El Papa recomienda un “escuchar respetuoso y compasivo” (Evangelii Gaudium 171). Desafortunadamente, algunos de nosotros no escuchamos a los otros, sino que esperamos a que terminen de hablar para seguir con nuestro rollo. Simon y Garfunkel cantan: La gente casca sin hablar; la gente oye sin escuchar…” (The Sound of Silence). Nos callamos cuando nuestra palabra pueda ser hiriente u orgullosa o descortés. En estos casos, como decía mi padre: La mejor palabra es la que está por decir”. Con relación a la vida de los demás, el gran místico San Juan de la Cruz nos dice lo siguiente: “Gran sabiduría es callar y no mirar ni dichos, ni hechos, ni vidas ajenas” (Dichos de luz y amor).
Necesitamos silencio para proclamar la palabra salvadora. En su Exhortación Apostólica Verbum Domini (2010), el Papa Benedicto XVI recomienda la educación del Pueblo de Dios en el valor del silencio, que es necesario para proclamar y escuchar la Palabra. En realidad, la Palabra “solo puede ser proclamada y oída en silencio, en el exterior y en el interior”; “la gran tradición patrística nos enseña que todos los misterios de Cristo envuelven silencio” (VD 66). La liturgia habla de “silencio sagrado”, que se recomienda en la Eucaristía, y en la recitación de los Salmos. También pausas de silencio son recomendables para el rezo del Rosario, sobre todo al principio de cada misterio.
Los santos nos invitan a cultivar el silencio en nuestra vida. Ellos y ellas practicaron –y practican hoy- el silencio y la oración silenciosa de Jesús. Como San José, que sintiendo la mano de Dios acepta silenciosamente la maternidad de María y la vida misteriosa de Jesús (cf. Mt 1:24). No pronuncia ni una palabra. Él solamente habla con sus buenas obras, con su vida en sintonía con la voluntad de Dios. Como la Virgen María, la más grande entre santos y santas, que guardaba todo lo que acontecía alrededor de Jesús en su corazón (Lk 2:51): en ella, todo era espacio para el Amado y silencio para escuchar (Bruno Forte).
Jesús calla, en particular, el primer Viernes Santo: su silencio sereno a las muchas preguntas de Pilatos y Herodes. Su silencio tranquilo a los gritos de la gente, “Crucifícale, crucifícale”. Su humilde silencio cuando es terriblemente azogado, atado a la columna. Jesús es pacientemente silencioso a través de su lacerante pasión. A veces, pronuncia algunas palabras que dramatizan su silencio sonoro. Jesús, el Varón de Dolores, “nunca abrió su boca”: como un cordero llevado al matadero, como una oveja ante los que la trasquilan, nunca abrió su boca (cf. Is 53, 7; 8.32). Sí, como un cordero, pero en realidad, en lugar de un cordero tenemos un hombre, y en el hombre, Cristo que contiene todo” (Melito de Sardis).
En la Cruz, Jesús se enfrenta con el silencio de su Padre Dios, y pregunta: ¿Por qué me has abandonado?” También nosotros preguntamos a veces a nuestro Dios: ¿Por qué me has abandonado? La respuesta de Dios fue y es silencio. El silencio de Dios en medio de la oscuridad, de la desolación, de la injusticia y de las guerras es un silencio misterioso, desvelado de alguna manera por su amor: “Tanto amó Dios al mundo que lo dio a su hijo único” (Jn 3, 16). ¿Por qué el Señor guarda silencio cuando sufrimos? “Dios no quiere nuestro sufrimiento en s’i mismo, y está con nosotros silenciosamente cuando sufrimos” (E. Schillebeeckx).
¡Y para terminar! Palabra y silencio son dos modos de hablar como los dos ojos de la cara de nuestra vida, o como las dos alas de un pájaro. Palabra y silencio van dirigidas a una tercera palabra: amor, un amor que habla calladamente con buenas obras: “Un cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es mejor no decir nada y dejar que el amor hable” (Benedicto XVI).
Nos dice San Juan de la Cruz que “El lenguaje que Dios oye mejor es el amor callado”. En verdad, el amor silencioso es la voz, el sonido más potente: ¡el sonido del silencio! (FGB)