Cuando nos hablan de la guerra en perspectiva ética, nos viene a la memoria la clásica Teoría de la Guerra Justa seguida de una pregunta inevitable: ¿Se puede hablar hoy de guerra justa?
En el pasado y hasta el siglo veinte parecía que las guerras eran inevitables y la aplicación de la teoría de la guerra justa, un deber ético. Después de los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York, la Teoría de la Guerra Justa volvió a estar en el candelero. El presidente americano George W. Bush y otros líderes mundiales usaron la Teoría para justificar la guerra contra el terrorismo y otras guerras.
Tradicionalmente se entiende por guerra un enfrentamiento mortal y sangriento entre las fuerzas armadas de dos o más estados “enemigos”. Se dan diferentes clases de guerra, En estas notas subrayamos dos categorías: guerra ofensiva o de agresión (que está fuera de la legitima defensa) y guerra defensiva contra el agresor injusto (que se halla dentro del marco de la legítima defensa).
La expresión “guerra justa” fue acuñada por Aristóteles y los filósofos griegos. La Teoría de la Guerra Justa la propusieron, en particular, los dos grandes teólogos San Agustín y Santo Tomás; en especial, el Doctor Angélico (cf. STh II-II, 40). El Aquilate se pregunta: Si es siempre pecado guerrear (Ib. 40, 1). En general, es inhumano y anticristiano guerrear porque es un pecado contra la caridad, que es pacífica. (La caridad o el amor incluye necesariamente la justicia). Excepcionalmente, la guerra puede ser licita -justa-, si cumple tres condiciones: declarada por la autoridad pública, por causa justa, y con intención recta o pacífica (sirve a la justicia en orden a la paz).
La condición más difícil de llevar a cabo es la segunda, esto es, “causa justa”, ya que requiere el cumplimento de cuatro reglas estrictas: (1) La exigencia de una injusticia grave perseguida obstinadamente; (2) La realidad real de recurrir a la guerra para obtener justicia; (3) Proporción entre la gravedad de la injusticia y las calamidades que hayan de resultar de la guerra (el principio del “mal menor”), y (4) Fundada probabilidad de éxito.
Obviamente, la enseñanza de Santo Tomás (y de San Agustín) sobre la guerra justa dentro del tratado de la caridad (y no el de la justicia como hicieron después teólogos del XVI) está orientada hacia la exclusión de la guerra. ¿Por qué? Porque es casi imposible dar cumplimento a esas cuatro condiciones, que implican además fines y medios buenos: el derecho a la guerra (jus ad bellum) y el desarrollo justo en la guerra (jus in bello). Así suele ocurrir que una guerra defensiva justamente declarada deje de serlo durante la guerra (el jus in bello) por su desarrollo injusto. Además, ¿es justo encubrir la injusticia de matar a civiles con el llamado ¿daño colateral”?
Vayamos ahora al magisterio de la Iglesia desde el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et Spes, GS). El Catecismo de la Iglesia Católica (cf. CIC 2307-2317) nos habla de la guerra bajo el quinto mandamiento: “No matarás” (cf. Ex 22, 13). CIC nos presenta la enseñanza de la Iglesia, en particular las condiciones para una guerra justa).
El Concilio Vaticano II (1962-1965): “Nuestro deber claro es trabajar todo lo posible para llegar al día en que la guerra esté totalmente rechazada por consentimiento internacional”. El Concilio reafirma el derecho -a la legitima defensa como último recurso (cf. GS 79-80, 82).
Juan Pablo II: “Se da un derecho de defenderse a sí mismo -personal y colectivamente-e contra el terrorismo. Este derecho debe ser practicado con respeto a los limites morales y legales en la elección de fines y medios”. Estos límites, sin embargo, son generalmente marginados. El Papa Francisco duda de “la posibilidad de una legítima defensa por medio de la fuerza militar”, y piensa que “ataques preventivos o actos de guerra implican “males y desórdenes más graves que el mal que se quiere eliminar”. El Papa subraya, además, “la injusticia del daño colateral” que acepta injustamente las muertes de civiles.
El Papa Francisco nos dice: La guerra implica “la negación de todos los derechos y un asalto dramático al medio ambiente”. Ciertamente, “Toda guerra deja a nuestro mundo peor de lo que estaba. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una capitulación vergonzosa ante las fuerzas del mal... En el contexto de las armas nucleares, químicas y biológicas y la posibilidad enorme y creciente de las nuevas tecnologías”, se da el grave peligro de no usarlas prudentemente. “No podemos pensar por más tiempo que la guerra es una solución, porque sus peligros serán probablemente siempre más grandes que sus supuestos beneficios… ¡La guerra nunca más!” El Papa Francisco prueba convincentemente que el concepto tradicional de la gurra justa no puede sostenerse más hoy (cf. Fratelli Tutti).
El magisterio de la Iglesia condena firmemente la guerra y también la carrera armamentista que C. Wright Mills llama “una carrera tonta” (Las causas de la tercera guerra mundial). El Vaticano II considera la carrera armamentista como “una trampa traicionera para la humanidad” que daña inmensamente a los pobres (GS 81): Amontonar armas nucleares es un mal para todos. San Juan XXIII rechaza la llamada disuasión (“deterrence”) como medio juto y propone un desarmamiento progresivo. Por su parte, el Papa San Pablo VI deplora el sendero sinuoso de la disuasión porque no remueve, sino que agrava los peligros de guerra, y además porque deja a los pobres más pobres: la carrera armamentista es “un escándalo intolerable”. El Papa Francisco añade: “La paz internacional y la estabilidad no pueden estar basadas en un sentido falso de seguridad, en la amenaza de destrucción mutua, o en un aniquilamiento total, o simplemente manteniendo un balance de poder.” Además, gastar grandes cantidades en armas es “una locura”. Lamentablemente la carrera de armamentos sigue galopando cada vez más rápidamente y extendiéndose por todo el mundo.
¿Podemos hablar hoy de una guerra justa? “No hay guerras justas: no existen” (el Papa Francisco, 17 de marzo, 2022). ¿Una legítima defensa colectiva puede llevarse a cabo justamente y como último recurso? Lo dudamos mucho. Otra cuestión acuciante: ¿Por qué el ultimo recurso? ¿Por qué no intentar una vez más y otra y otra … por los medios pacíficos como el dialogo, la negociación, intermediarios creíbles y respetados, etc.? Y, por favor: No a más “daño colateral”, y sí a una moratoria duradera y al cese de la guerra. La muerte de tantas y tantas personas inocentes, de muchos niños clama al cielo. La vida es el regalo precioso y fundamental. El Papa Benedicto XVI nos dice: Por favor: naciones en guerra, todas ellas, parad la guerra. Mirad a negociar. Mirad por la paz”.
Solía decirse: Si vis pacem para bellum (si quieres la paz, prepara la guerra). Hoy se debe decir: Si vis pacem, para pacem (si quieres la paz, prepara para la paz). No hay camino hacia la paz; la paz es el camino (Gandhi).
¿Qué podemos hacer? Podemos y debemos rezar al buen Dios por la paz en el mundo y en nuestros corazones. Podemos -¿debemos? - acompañar nuestras oraciones con algunos sacrificios por la paz, que ofrecemos al Señor. Aunque gritemos contra corriente, hablemos pacíficamente y sin complejos contra las guerras, y caminemos hacia la paz por el camino de la justicia y el amor. Con muchos otros, los cristianos estamos llamados -por nuestra humanidad y por la fe- a ser artesanos de la paz en el mundo. Jesús nos alienta y ayuda: Benditos -felices- los que trabajan por la paz (Mt 5, 9). (FGB)