La Madre Teresa de Ávila, Carmelita Descalza, va a morir en su Monasterio de Alba de Tormes (Salamanca). Después de recibir la Santa Comunión y la Extrema Unción (Unción de enfermos), la fundadora de las Carmelitas Descalzas, da gracias a Dios continuamente. Sus últimas palabras: Señor mío y Esposo mío, ¡Ya ha llegado la hora tan deseada! ¡Tiempo es ya que nos veamos! Cúmplase vuestra voluntad… Gracias te hago, porque me hiciste hija de la Iglesia. Era el 4 de octubre del 1582. Tenía 67 años. El Papa Gregorio XV canonizó a la Madre Teresa de Jesús el 12 de marzo del 1622. San Pablo VI lo proclamó la primera mujer Doctora de la Iglesia.
Teresa de Cepeda y Ahumada nació en Ávila (España) el 15 de marzo del año 1515. Tenía dos hermanas y nueve hermanos. Su padre era un santo varón y su madre una mujer muy honesta. Su madre murió joven, cuando Teresa tenía 13 años, en el pueblo de Gotarrendura (Provincia de Ávila), donde la familia tenia una hacienda y una casa rural. La muerte de su querida madre a los 33 años fue un golpe terrible para Teresa. Después de que su madre fuera enterrada en Ávila, Teresa se sintió muy sola. ¿Qué hacer? Visitar una ermita en la que se veneraba una imagen de Nuestra Señora de la Caridad (actualmente en la Catedral). Con la inocencia de una niña y gran sinceridad y muchas lágrimas, se arrodilló delante de la imagen y pidió a Nuestra Señora que fuera su madre. Teresa escribe: Esto “me ha valido, porque he hallado a esta Virgen soberana, en cuanto me he encomendado a Ella” (Libro de la Vida, cap. 1, n. 7). También fue muy devota del “glorioso San José”, que siempre la ayudó en sus necesidades y dificultades: “Este padre y Señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir” (Vida, 6, 5). No fue amiga de muchas devociones, y sí de mucha devoción.
La santa mística de Ávila es muy humana, agraciada y agradecida: auténtica. Su sinceridad, su humildad y pobreza, su llevar la cruz alegremente, y todo permeado por la oración es realmente admirable y atractivo. Le gustaba presentarse a sí misma como una miserable pecadora, como “nada’, un gusano… Siempre buscó buenos letrados y confesores (sabiduría y bondad) que la aconsejaran y guiaran en su camino espiritual. Entre ellos había jesuitas, dominicos, franciscanos, agustinos carmelitas, sacerdotes diocesanos, y fieles seglares -hombres y mujeres. Sus obras las escribió por obediencia. A Teresa le hubiera gustado hablar de sus pecados en lugar de pregonar las grandes mercedes que el Señor la concedió.
Obras principales de Santa Teresa de Jesús: Libro de la Vida, su increíble autobiografía; Camino de Perfección, sobre la oración, su libro más leído; Moradas del Castillo Interior, la cima de su experiencia mística, y el Libro de las Fundaciones, el drama encantador de su dolorosas y alegres fundaciones a través de España. La Santa también escribió muchas cartas deliciosas y algunos poemas significativos. Es importante acentuar que Teresa escribió sus admirables e impactantes libros no solo bajo la inspiración del Espíritu Santo, sino guiada por Él directamente, o por Su Majestad, Jesucristo: “Muchas cosas de las que aquí escribo no son de mi cabeza, sino que me las decía este mi Maestro celestial” (Vida, 39, 8; cf. Ib. 14, 8).
El carisma de las monjas descalzas de la Madre Teresa es un carisma renovado, reformado, una manera nueva de vivir radicalmente la vida monástica volviendo a sus raíces. “Pongan siempre sus ojos en la casa de donde venimos, de aquellos santos Profetas” (Fundaciones, 29, 33). Ella dice a los hermanos y hermanas, a todos nosotros, creyentes: “Nos demos prisa en servir al Señor” (Fundaciones, 20, 32), en servirle con determinada determinación, “gran determinación” (cf. Moradas, 2ª, 1, 6; Vida, 11, 13), imitando la determinación de Jesús (Camino de Perfección, 16, 9).
La Madre Teresa nos dice frecuentemente que “la suma perfección no está “en regalos interiores ni en grandes arrobamientos ni visiones ni espíritu de profecía,” sino en estar nuestra voluntad totalmente conforme con la voluntad de Dios (Fundaciones 5, 10), en la obediencia total a Dios.
Madre Teresa, la Fundadora. Para llevar a cabo sus 16 Fundaciones (más dos sin su presencia física) de Monasterios de Carmelitas Descalzas, más las 14 de los Carmelitas Descalzos (con San Juan de la Cruz y otros), Teresa sufrió tremendamente. Ante dificultades aparentemente insolubles, ella seguía adelante, firmemente convencida de que el Señor siempre la ayudaría -como así fue.
Las comunidades que la madre Teresa fundó centraron su vida en una vida de oración y de virtudes. Ella describe el alma como un jardín interior en el que las virtudes son las flores y la oración, el agua. Escribe en una Carta: Yo no desearía otra clase de oración sino la que nos hiciera crecer en las virtudes (Carta, 23-X-1576, 8); No hay edificio de tanta hermosura como una alma limpia y llena de virtudes (Camino de Perfección, 28, 9). Nos da un gran consejo: Procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que viéremos en los otros y atapar sus defectos con nuestros grandes pecados (Vida, 13, 10). Teresa nos recalca que la oración verdadera requiere ayunos, disciplina y silencio, ya que “regalo y oración no se compadece” (Camino de Perfección, 4, 2); hermanas pobres y regaladas, no lleva camino (Ib. 11, 3). Ella pide penitencias moderadas y se opone a penitencias duras y rígidas (Ib. 15, 3), que ella llama indiscretas penitencias que dañan la salud (Ib. 19, 9).
Tres cosas son realmente importantes para Teresa: amor mutuo entre las hermanas, desasimiento de todo lo creado, y verdadera humildad, “que, aunque la digo a la postre, es la principal y las abraza a todas” (Camino de Perfección, 4. 4). Y las tres siempre unidas (Camino de Perfección, 16, 2). Escribe magníficamente sobre humildad. Al terminar comenta con gracia; “Qué bien lo digo y qué mal lo hago”. Créanme que vale más un poco de estudio de humildad y un acto de ella, que toda la ciencia del mundo (Vida, 15, 8).
La clave para una vida santa y feliz es el amor: el amor como camino y meta. Quien ama a Dios, ama, quiere, favorece, alaba y defiende todo lo que es bueno (cf. Camino de Perfección, 40, 3). La Santa acentúa que la Regla y las Constituciones son nada si no son medios para amar a Dios y al prójimo, que son los dos mandamientos que constituyen la perfección verdadera (cf. Moradas, 1ª. 2, 17).
Santa Teresa de Jesús es una monja contemplativa y activa: “Creedme que Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no de hacer mal hospedaje no le dando de comer” (Moradas, 7ª, 4, 14). Ella es la gran Maestra de oración en teoría y praxis. San Pablo VI, cuando lo proclamó Doctora de la Iglesia, acentuó “su enseñanza noble y sublime sobre la oración”. Nos dice La Santa que dejar la oración es perder el camino (Vida, 19, 11). La oración verdadera se funda en la humildad y en el camino del amor y también, “en el camino de la cruz” (cf. Vida, 10, 5; 11, 1; 15, 13). La oración no consiste en pensar mucho sino en amar mucho (Fundaciones 5, 2). La oración es el camino real al cielo. Por tanto, nunca dejéis la oración; siempre hay remedio para los que oran. Teresa amaba de modo especial la Sagrada Eucaristía y atesoraba la santa comunión (cf. Vida, 38, 21).
Lo que importa es que la oración sea humilde: toda clase de buena oración es humilde. La oración vocal es buena siempre y cuando el orante se dé cuenta de quién esta hablando, a quien está hablando, y qué está diciendo. La definición emblemática de la oración mental de teresa: “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Vida, 8, 5). El Señor es “el amigo verdadero” (Ib. 25, 17). La escalera de la perfección -de la santidad- se sube por la oración vocal, mental, contemplativa y unitiva - hasta el matrimonio espiritual.
¿Qué método de oración es el mejor para ti, para mí? Teresa contesta: “Pues si contemplar y tener oración mental y vocal y curar enfermos y servir en las cosas de casa y trabajar sea en lo más bajo, todo es servir al Huésped…, ¿qué más se nos da en lo uno que en lo otro?” (Camino de Perfección, 17, 6). Por tanto, “lo que más os despertare a amar, eso haced” (Moradas 4ª, 1, 7).
Los frutos de la oración verdadera son las buenas obras. Teresa pide a sus monjas que sean “predicadoras de buenas obras” (Camino de Perfección, 15, 6) Que de su oración “nazcan siempre buenas obras” (Moradas, 7ª, 4, 6). Concretamente: abandonar el pecado, llevar la cruz con paciencia y alegría y practicar las virtudes, sobre todo, la humildad, el desasimiento y el amor como caridad, que vivifica todas las virtudes. Nos dice Teresa que Dios nunca nos falla y que además su Majestad Jesús paga bien - mejor que los reyes de la tierra (cf. Camino de Perfección, 18, 3)
Fue una gran lectora, “amiguísima” de leer buenos libros espirituales, que la ayudaron mucho (Vida, 6, 4, y 14, 7). ¿Su mejor libro? “Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades” (Ib. 26, 6).
Nada te turbe, / nada te espante; / todo se pasa, / Dios no se muda; /
la paciencia / todo lo alcanza; / quien a Dios tiene / nada le falta; /
sólo Dios basta (Santa Teresa de Ávila)
(Fausto Gómez Berlana OP)