Diariamente rezamos el Padrenuestro, la oración del Señor: ¡la Oración! Como sabemos, los Evangelios nos ofrecen dos versiones: la versión de San Mateo (cf. Mt 6, 9-15) y la versión de San Lucas (cf. Lc 11, 1-4). La versión de San Mateo es la que los cristianos rezamos ordinariamente.
San Agustín nos dice: Si rezamos bien [el Paternóster], no debemos decir más de lo que contiene esta oración del Señor. El Obispo de Hipo añade: En el Padre Nuestro, Jesús reza por nosotros como nuestro sacerdote; reza en nosotros como nuestra Cabeza [del Cuerpo Místico de Cristo]; y nosotros le rezamos como a nuestro Dios.
La característica más increíble y maravillosa de la Oración del Señor es llamar Padre a nuestro Dios: Él es nuestro Padre en quien nosotros -como sus hijos- confiamos, de quien dependemos y a quien obedecemos. San Cipriano, que tiene un comentario encantador del Padrenuestro, afirma que Dios no es solamente mi Padre, ni solamente tú Padre, sino que es nuestro Padre. Somos una familia, una familia espiritual de hermanas y hermanos: la familia cristiana.
En esta ocasión voy a reflexionar sobre una de las peticiones del Padre Nuestro: Perdona nuestras ofensas como también nosotros personamos a quienes nos ofenden (Mt 6,12; cf. Lk 11, 4). De este modo, el Paternóster nos lleva al perdón, que es esencial para nuestra vida cristiana -y para nuestra felicidad.
El perdón es simplemente “la expulsión del odio, el rechazo de desear el mal al otro. Es la esperanza de la conversión del criminal” (E. Lasarre). Perdonar a los otros es característica de un amor humano y divino (la caridad) verdaderos, una cualidad esencial de la paz interior. Como discípulos de Jesús, amamos a todos con un amor que perdona: quien ama de verdad perdona. La caridad (amor divino en nuestros corazones) es -comparada con todas las otras virtudes- la virtud más grande, la que vivifica a todas ellas. Por otra parte, la misericordia o la compasión es la virtud más grande con relación al prójimo (Santo Tomás). La compasión es -con la paz y la alegría- efecto de la caridad, e incluye perdonar y dar limosnas. San Isidoro de Sevilla: Todos pueden y deben perdonar a los otros, incluso aquellos que no tiene pan que dar a otros,
Jesús nos dice: Si perdonáis a los demás las ofensas, vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros; pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre os perdonará a vosotros (Mt 6, 14-15). Recordamos la Parábola de Cristo sobre el siervo que, perdonado, no perdonó a otro (Mt 18, 21-35). Jesús la concluye: “Así os tratará mi Padre del cielo, si no perdonáis de corazón a vuestros hermanos” (Mt 18, 35). San Pablo pide a los discípulos de Jesús: “El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo” (Col 3, 13); “Sed amables y compasivos unos con otros; perdonaos unos a otros como Dios os ha perdonado en Cristo” (Ef 4, 32).
Odia el pecado, ama al pecador - quien quiera que sea. Ciertamente, el amor auténtico es un amor que perdona. Examinemos ahora las distintas maneras de perdonar a otros -y a nosotros mismos.
(1) Hay gente que es capaz de perdonar a todos/as. Todos estamos llamados a perdonar siempre, incluso a nuestros enemigos (Mt 5, 44). A veces, nos cuesta tiempo. Aquí hablamos de perdón a nivel individual. Perdonar a nivel social y comunitario es diferente, e implica el cumplimiento de la justicia social y derechos humanos. En todo caso, si no hay perdón la paz -tanto personal como social- no es posible, y la raza de Caín continuará.
(2) Otros dicen que perdonan, pero no olvidan. Yo perdono, pero no olvido. Entonces, probablemente tú no perdonas. Generalmente, no olvidar implica responder a un mal con otro mal. Dicen que olvidan pero todavía siguen resentidos, y están inclinados a una represalia, a cierta venganza, o a la aplicación de la máxima “ojo por ojo y diente por diente”, que no es una buena opción (cf. Pope Francis, Fratelli Tutti, nos. 50-54). El verdadero perdón cristiano implica perdón de la ofensa como ofensa. Dios olvida nuestros pecados perdonados. El Profeta dice al Señor agradecidamente: “Volviste la espalda a todos mis pecados” (Is 38:17). En Oriente cuentan esta historia de una mujer visionaria, a quien se la aparecía Dios mensualmente. Después de cada visión, la buena mujer visitaba al sacerdote del pueblo para contarle la visión y lo que el buen Dios pedía. El sacerdote no lo creía. Un día, ya muy cansado de ella, la dijo: La próxima vez que veas a Dios pregúntale por mis pecados secretos. Después de la visión mensual la piadosa mujer volvió al sacerdote, que al verla la preguntó: ¿Cuáles son mis pecados secretos? Ella contestó: Se lo pregunté a Dios, y me respondió que los había olvidado.
Cristo perdonó a quienes lo crucificaron: “Padre, perdónalos” -e incluso los excusó-, “porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Como sus seguidores, intentamos hacer lo mismo. San Agustín, dirigiéndose a Dios, dice: “Yo sé que Tú has perdonado mis pecados del pasado, y les has cubierto con un tapiz y así darme felicidad en Ti mismo y transformar mi vida por la fe y el bautismo” (Confesiones, X, 3). Santa Teresa de Ávila nos dice que Dios perdona y olvida nuestros pecados, y que Él no recuerda nuestra ingratitud (Libro de la vida, XIX, 4 7, 14). Alguien puede preguntar: ¿Cómo puedo olvidar? ¡Tengo una buena memoria! En lugar de olvidar, podemos poner recordar de otra manera: recordar la ofensa del otro como perdonada. Me gusta decir que la ofensa perdonada del vecino es como una herida curada: todavía hay una pequeña cicatriz de la herida, pero ya no duele.
(3) Hay otros que perdonan a quienes les ofenden, si piden perdón. Pregunta: ¿Perdonamos a quienes nos ofenden si nos dicen que lo sienten? Respuesta: no. Dios nos perdona siempre si estamos arrepentidos; pero, nosotros no somos Dios. Por esto, cada noche en la Oración de Noche pedimos a Dios que nos perdone las ofensas del día, y nosotros -con su gracia- perdonamos a quienes nos han faltado, incluyendo a aquellos que no nos han pedido perdón. A mí me gusta pedirle al buen Dios al final del día que me perdone y me ayude a perdonar a otros y a perdonarme a mí mismo.
(4) Hay algunas personas que no se perdonan a sí mismas: “No puedo perdonarme a mí mismo”. Todos nosotros -pecadores- hemos cometido errores, faltas, pecados, quizás en nuestra juventud -o más tarde. Por tanto, podemos echarnos la culpa: ¿Cómo pude hacer eso? A su debido tiempo, reconocimos nuestros pecados, los confesamos, y Dios nos perdonó. Se nos sugiere, que olvidemos completamente nuestros pecados. San Francisco de Sales nos dice que María Magdalena una vez que fue perdonada por Jesús, nunca volvió a mirar a su pasado. Otros nos sugieren que recordemos nuestros pecados para arrepentirnos más profundamente. (Recordarlos puede volver a embarrarnos). Personalmente, trato de centrarme en el presente caminando hacia el futuro -frecuentemente cojeando- con pasos de amor fiel y esperanzado. Mi pasado está en las manos misericordiosas de Dios que ha olvidado mis pecados.
Nota final sobre el Padrenuestro. Santa Teresa nos aconseja: “nos conviene para rezar bien el Paternóster no se apartar de cabe el Maestro que nos lo mostró… Espántame ver que en tan pocas palabras está toda la contemplación y perfección encerrada, que parece no hemos menester otro libro sino estudiar en este [el Paternóster]” (Camino de Perfección, 24, 5 y 37, 1). La Santa de Ávila nos sugiere que recemos el Padrenuestro sin prisa -como si quisiéramos terminar lo antes posible y repetirlo.
Rezar bien la oración que Jesús nos enseño requiere atención y devoción. Como una buena oración vocal, que es también oración mental, el Paternoster implica saber quién está orando, a quien está rezando y qué está diciendo. ¿Quién lo reza? Un pecador -como todos los demás. ¿A quién está hablando? A Dios, nuestro Padre. ¿Qué dice o pide? Diferentes peticiones.
Amado Padre celestial, ayúdanos a pedir perdón y a perdonarnos mutuamente y a nosotros mismos; y a rezar con Jesús el Padrenuestro. ¡Que tu nombre omnipotente y misericordioso sea por siempre alabado! (FGB)