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CUATRO VITAMINAS PARA EL CAMINO

Holy Rosary Province 31 Marzo 2025
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CUATRO VITAMINAS PARA EL CAMINO

 

Meditando una tarde de marzo 2025, concluí que estas 4 palabras son esenciales para acercarnos a la relativa, pero real, felicidad diaria: perdón, cruz, compasión, y oración. Las fui desentrañando poco a poco en distintos días. A continuación, una breve exposición.


1. EL PERDÓN

El perdón, una cualidad del amor al prójimo, significa borrar de nuestra alma la ofensa que nos han hecho. Quien es incapaz de perdonar a una persona infeliz, agria, triste, violenta, lleva una herida en el corazón que seguirá supurando mientras no sea capaz de perdonar, o al menos esté en el camino progresivo del perdón a quien lo ha ofendido. Perdonar significa sanar la herida, limpiar la sangre, enterrar la falta, olvidarla. Tengo buena memoria, me dices, y recuerdo. Vale: recuerda la ofensa como una herida curada. Una pequeña cicatriz te lo recuerda, pero la herida ya no duele, no hiere.

El perdón es una cualidad del verdadero amor al prójimo, que para el cristiano es expresión y manifestación del amor a Dios, de la caridad, o sea, del amor de Dios en nuestro corazón, pues Cristo nos amó primero (cf. 1 J,n 4, 19).

Rezamos frecuentemente la oración que Jesús nos enseñó, el Padrenuestro, donde pedimos a nuestro Padre Dios: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Dios misericordioso nos perdonará en la medida en que nosotros perdonemos. Estas palabras nos interpelan constantemente, y nos llaman a pedir humildemente la gracia del perdón. Jesús remató esa petición del Padrenuestro así: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6, 14-15).

 

 2. LA CRUZ

 La Cruz, símbolo del sufrimiento, es el báculo de la vida que todos y todas llevamos. Qué importante es llevarla con cierta dignidad y paciencia.

Para los discípulos de Jesús es singularmente importante, pues es obligación primaria: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz casa, y me siga” (Lc 9, 23). La cruz es --puede ser, si bien llevada- el instrumento de salvación.

Es importante acentuar que la cruz no es la palabra más medular de la vida cristiana. Esta es el amor. La caridad aligera el peso de nuestra cruz y, además, hace de nuestra cruz instrumento de salvación. Para quienes seguimos a Jesús crucificado, muerto y resucitado, la Cruz de Cristo nos salva no en si misma sino por el amor incondicional de Cristo, que llevó la cruz paciente y perseverantemente para rescatarnos del pescado y mostramos el camino del amor que debemos seguir siempre. ¿Nos salva la Cruz? “La Cruz no salva a nadie; pero Él (Cristo) ha hecho de la cruz el lugar del mayor amor, sin eliminar su condición de víctima ni negar el mal que se le hacía… Debemos) hacer de ella (la cruz) un instrumento de salvación para el mundo” (Edrien Candiard). Esperanza para náufragos, 2024).

Debemos cargar con nuestra cruz y llevarla, al menos, con paciencia; y si fuere posible, con alegría, como los fieles seguidores de Cristo -los santos-, que decían y dicen: “Cuando viene la cruz es el Señor el que viene”.

La caridad, la compasión implica ayudar a los demás, sobre todo a quienes -llagados por los golpes del hambre, el odio, la injusticia y la violencia- sufren cruelmente. Cantamos en Cuaresma: ¿Dónde estabas cuando crucificaron al Señor? Preguntamos: ¿Dónde estamos cuando crucifican a tantos hermanos y hermanas perseguidas por su raza, su religión, su cultura?

 

3. LA COMPASIÓN


La compasión es una característica esencial -con la paz y la alegría- de la caridad, virtud teologal con la fe y la esperanza. La caridad como amor divino en nuestros corazones es la virtud más perfecta en general, mientras que la compasión es la virtud más perfecta del amor al prójimo. Es en realidad, una cualidad de la caridad.

La compasión significa simplemente una reacción amorosa ante la miseria del otro que nos inclina afectiva y efectivamente a hacer algo para remediarla: sentir el sufrimiento de los demás y ayudarles a llevarlo según nuestras limitadas posibilidades.

La compasión o la misericordia es parte esencial del Evangelio y la vida de Jesús, Dios y hombre. El buen Dios es compasivo. Jesús es compasivo y los discípulos de Jesús deben serlo. De hecho, a la caída de la tarde seremos juzgados en el amor. Este amor, que es universal y nunca selectivo, debe dirigirse principalmente -nunca exclusivamente- a los pobres y necesitados.

Hablamos de la compasión verdadera. Hay otra “compasión” que es falsa: terminar la vida de niños no nacidos y de pacientes terminales. “La compasión auténtica nos lleva a compartir el dolor del otro; no mata a la persona cuyo sufrimiento no podemos aceptar” (San Juan Pablo II).
          La Parábola sobre el Juicio Final no deja lugar a dudas: “Tuve hambre y me diste de comer…” ¿Cuándo, Señor? “Lo que hiciste al pobre, al necesitado, al enfermo a mi [Jesús] me lo hiciste”.   

Por tanto, nos dice San Vicente Paul, “Sé pobre, o amigo de los pobres”. “Da a un pobre y te das a ti mismo” (San Pedro Crisólogo).

 

4. LA ORACIÓN


El Señor nos dice, y San Pablo repite, que debemos orar constantemente y que nuestras oraciones -de alabanza, de gratitud, de petición- son siempre escuchadas por Dios, nuestro Padre:

La oración es un encuentro amoroso con Dios. Nuestra oración es oración vocal y mental, comunitaria y personal: somos personas singulares y miembros de la Iglesia. La Eucaristía es nuestra mejor oración; los primeros cristianos no podían vivir sin ella. El corazón de nuestra oración es la Sagrada Eucaristía como Palabra y Sacramento: la Eucaristía es “fuente y cima de toda nuestra vida cristiana” (Vaticano II, SC 12, y LG 11).

La oración vocal significativa –la comunitaria y la personal- es buena con tal de que nos demos cuenta de quién reza, a quién reza y qué reza. Todas nuestras oraciones a los santos, y muy especialmente a la Virgen María, tienen como objetivo y fin a Dios Uno y Trino, a través de Jesucristo y en el Espíritu Santo.

Se necesita siempre -y hoy quizás más (con tanto ruido y distracciones tecnológicas, y poco silencio) la oración mental: el dialogo cara a cara con Dios,, el encuentro con Él como de tú a Tú. Dios escucha la voz del silencio, del silencio humilde y amoroso.

Considerando nuestra debilidad, la oración de petición es diaria. Jesús nos alienta: “Pedid y recibiréis… Vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden” (Mt 7, 7-12).  Él sabe lo que nos conviene, hoy o mañana -o nunca- mejor que nosotros. Se entiende que pedimos algo bueno, nuestra salud espiritual y corporal -y la de los demás, nuestros hermanos y hermanas. Es bueno y saludable añadir a nuestras peticiones: “Hágase tu voluntad”, que también es siempre nuestra mejor voluntad.

Una cualidad esencial de la espiritualidad de Jesús es -con la compasión- la oración. Debe serlo también la de sus seguidores. La oración nos acerca a Dios, quien nos anima y fortalece para poder perdonar, llevar nuestra cruz pacientemente y ser compasivos. La oración, que es humilde, nos ayuda a serlo, y a luchar contra el enemigo número uno: la soberbia, que suele ir acompañada de su hermana la envidia. “Nunca dejes la oración. Siempre hay remedio para quien reza” (Santa Teresa de Ávila). Madeleine Delbrel, la mística laica del siglo pasado, afirma repetidamente que la oración es el mayor bien que podemos dar al mundo.

          Recordemos las cuatro vitaminas para nuestro caminar como peregrinos de la esperanza: PERDÓN, CRUZ, COMPASIÓN y ORACIÓN. Esto es: perdonar, cargar con nuestra cruz, ser compasivos y orantes. Tomando estas cuatro vitaminas caminaremos ágilmente hacia la paz, la alegría, y la limitada, pero real, felicidad como peregrinos de la esperanza. (FGB). 

 

 

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